lunes, 8 de septiembre de 2008

Ofrecimiento de sí mismo



XIX
Ofrecimiento de sí mismo para el reino de Jesús por María
Corazón amable y adorable de Jesús, Rey de amor y Rey de gloria, que has estado siempre y totalmente entregado a las cosas de tu Padre; que no has buscado tu gloria, sino la del Padre que te envió; que has dedicado tu vida a una obra única, que dominaba y contenía todas las demás, la glorificación del Padre y el reino de Dios; que has pedido este reino y nos has enseñado a buscarlo y a pedirlo; que has deseado ardientemente ser bautizado con un bautismo de sangre para realizar tu ideal divino; quiero entrar en las más ocultas profundidades de tu Corazón y de tu vida, y asociarme a tu misión divina, teniendo la humilde pero firme confianza de que te dignarás aceptarme, siendo como soy nada y pecado, porque eres la misericordia infinita.
Oh Jesús, mi deseo, mi aspiración, mi esperanza y mi único ideal es que Tú reines en las almas como Soberano incontestado, que tu reino se apodere de ellas hasta en sus más intimas profundidades, y que reines pronto, oh divino Maestro. «Adveniat regnum tuum! Amen, veni, Domine, et noli tardare: ¡Ven a reinar, Señor, y no tardes!».
Me acuerdo, Maestro adorado, que no has querido venir a este mundo más que dependiendo de tu Madre de muchas maneras… Ella te fue indisolublemente asociada por el Padre en el anuncio, la preparación, la realización y las consecuencias de tu venida. Ella es para ti, celestial Adán, una Eva amante y fiel en todos tus trabajos, en todos tus misterios, sobre todo en los más dolorosos. Por eso creo firmemente que sólo por Ella concluirás lo que por Ella comenzaste; que no triunfarás sino con Ella y por Ella, y que con Ella y por Ella Tú reinarás. A tu reino universal y plenario, oh Rey de amor, has puesto una condición indispensable e infalible: ¡el reino de tu santísima Madre! Y has puesto en mi corazón, al igual que en el de tus grandes preferidos, Juan, Margarita María, Montfort y tantos otros, una gran inclinación hacia esta divina Madre. ¡Me has entregado a Ella como su hijo y esclavo de amor!
¿Qué esperas, pues, de mí, Maestro, sino que mi alma y toda mi vida pase en este grito suplicante?:
Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Mariæ!¡Para que venga a nosotros tu reino, Jesús, haz llegar el reino de tu Madre!
Reina gloriosa y Madre amadísima, Jesús mismo es quien me entrega a Ti: «Ecce venio!: ¡Aquí me tienes!». Aquí tienes a tu esclavo, que desea ardientemente ser tu apóstol silencioso y oculto. Me entrego y me consagro enteramente y para siempre a tu reino ardientemente deseado. Tu reino, Reina mía, será el gran pensamiento de mi vida, la pasión de mi corazón; será mi sueño, mi dicha y mi tormento, la vida de mi vida, el alma de mi alma. Será el ideal único, hacia el que convergirán todas las energías de mi ser.
Para tu reino bendito, amadísima Soberana, te entrego todos los instantes de mi vida, tanto los más humildes como los más solemnes, los más tristes como los más consolados. Te doy todas las horas de trabajo y todas mis horas de oración, aún más preciosas; te ofrezco todas mis horas de sacrificios y sufrimientos, sobre todo los más temidos y sombríos, y las horas de humillación y de abandono, de disgusto y de tristeza, mis dolencias y mi última enfermedad, mi lucha suprema y mi muerte.
¡Ojalá que en todo instante, Soberana mía, como un grano de trigo, caiga yo en tierra y muera para darte una rica mies de gloria y una rica mies de almas!
¡Ojalá que sepa disminuirme y desaparecer cada vez más para que Tú crezcas, Reina mía, en las almas, y a fin de que Tú sola glorifiques a Jesús!
¡Levántate, pues, oh María, y apresúrate a reinar! ¡Apresúrate, Reina, a reinar en todos los corazones, para someterlos plenamente al imperio de amor de tu grande y único Jesús! Amén.
Otra fórmula, más corta, que se podrá decir cada día
Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre mía, Reina gloriosa del mundo y Reina de mi corazón, me doy y me entrego enteramente a Ti, no sólo como tu esclavo, sino también para ser el apóstol oculto de tu reino.
Te ofrezco especialmente este día, cada uno de sus instantes, tanto los más insignificantes como los más importantes; te ofrezco mis trabajos, mis oraciones y mis sacrificios, mis dolores, mis humillaciones, todo este día en fin. Te ofrezco de nuevo la jornada entera de mi vida, sobre todo su atardecer con sus tinieblas y terrores, mi última enfermedad, mi agonía y mi muerte, por tu reino y especialmente por tu reino en…
Por cada mirada y cada palabra, por cada paso y cada suspiro, por cada latido de mi corazón y cada aspiración de mi voluntad, quiero repetir sin cesar:
¡Levántate, oh María, y apresúrate a reinar!¡Ven, y serás coronada!Ut adveniat regnum tuum,adveniat regnum Mariæ!Amén.