lunes, 8 de septiembre de 2008

Ha llegado la hora (partes 1ª y 2ª)



Ha llegado la hora (1)
En este estudio sobre «el reino de Cristo por el reino de María» hemos expuesto e intentado probar la gran tesis de San Luis María de Montfort sobre el tema: el reino de Cristo vendrá sin lugar a dudas. Vendrá, y sólo llegará por el reino de María. Este reino de identifica con la difusión de la Devoción mariana excelente que propone San Luis María. Hemos tratado de demostrar estas proposiciones del gran Apóstol de María ante todo por medio de consideraciones doctrinales, y luego por el hecho —ya que estas proposiciones tienen un sesgo profético— de que Montfort poseía indudablemente el espíritu de profecía. Esta última afirmación se confirma con fuerza por la realización evidente de las predicciones hechas por nuestro Padre en una época en que nada hacía prever un desarrollo magnífico del culto de María. Las páginas que siguen dan algunos detalles sobre esta marcha ascendente del conocimiento y de la piedad mariana en la Iglesia en nuestro tiempo, «el siglo de María».
No pretendemos hacer la historia completa y detallada de la expansión e intensificación del culto mariano en estos últimos tiempos. Para ello no bastaría un volumen entero. Querríamos más bien ofrecer a nuestros lectores un panorama a vuelo de pájaro de este reino, una mirada de conjunto, como una de esas imágenes tan netas y completas de un paisaje determinado que debemos a nuestros aviadores. No será tampoco un estudio histórico-crítico: tres cuartos de página de notas para diez líneas de texto… Pero creemos poder afirmar que todas nuestras informaciones han sido seriamente controladas.
Este estudio es infinitamente consolador y alentador para todos los que se entregan al apostolado mariano. Somos de nuestro tiempo. El viento de Dios sopla en nuestras velas.
«
No se puede estudiar la historia contemporánea de la Iglesia sin convencerse de que el progreso en el conocimiento de la doctrina mariana y la ascensión constante de la glorificación de María son una de las características más sobresalientes de esta historia, tal vez su característica principal.
Nos inclinamos a hacer remontar a 1830, a las apariciones de la Santísima Virgen a Santa Catalina Labouré, la primera aurora del siglo de oro de Nuestra Señora. Estas apariciones ejercieron en el mundo, desde el punto de vista mariano, una influencia profunda que está lejos de haberse agotado. La «Medalla milagrosa» renovó en millones de almas la confianza en la intervención poderosa y misericordiosa de María. La confianza, es cierto, no es la cumbre más elevada de la devoción mariana, pero es una de sus manifestaciones más importantes, que dispone y prepara para aspectos más desinteresados de esta vida mariana.
Y lo que siempre nos impresionó de estas apariciones es que son sintéticas, por decirlo así, y dan el resumen de todo lo que las disposiciones divinas, en materia de doctrina mariana, debían realzar en los decenios siguientes. Así, por ejemplo, hablan de la Inmaculada Concepción por la oración cuyo rezo pide la Santísima Virgen: «¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!». La realeza de Nuestra Señora sobre el mundo y sobre las almas, que de modo práctico será reconocida por la consagración, y de modo solemne y oficial por la institución de la fiesta de esta Realeza, está claramente indicada en la visión de la Virgen sosteniendo el globo terráqueo en sus manos. La Mediación universal de las gracias se manifiesta por la riqueza de los rayos que, de sus manos extendidas, se difunden sobre el mundo. La devoción al Corazón de María, e incluso la asociación estrecha e indisoluble de Jesús y de María, sobre los que hoy se concentra tan fuertemente la atención del pensamiento cristiano, son indicados por la reproducción de los Sagrados Corazones de Jesús y de María en el reverso de la Medalla milagrosa.
En 1836 se sitúa el aviso tan conocido del cielo al Padre Desgenettes en París: «Consagra tu parroquia al Corazón Inmaculado de María», como consecuencia de lo cual no sólo la parroquia de Nuestra Señora de las Victorias sufre en poco tiempo una transformación maravillosa, sino que además se produce un movimiento mundial de piedad mariana por la erección de la Cofradía del Corazón Inmaculado de María para la conversión de los pecadores, que aún hoy cuenta con más de 20.000.000 de afiliados, y por la que se han logrado innumerables curaciones de almas.
En 1842 tiene lugar un acontecimiento de importancia mínima en apariencia, pero en realidad de inmensa trascendencia para la Iglesia de Dios: en Saint-Laurent-sur-Sèvre un Padre Montfortano descubre el manuscrito del «Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen», de San Luis María de Montfort. Este pequeño libro, que se difundirá en el mundo entero, influenciará ya directa ya indirectamente el desarrollo de la Mariología. Llevará a millones de almas a la Consagración total de sí mismas a la Reina de los corazones, y a una devoción mariana más profunda, que abarque e impregne toda su vida. Justamente cien años más tarde este librito habrá contribuido en gran parte a crear en la Iglesia la atmósfera deseada y esperada por los Papas para proceder a la Consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María.
En 1846 tiene lugar la aparición de La Salette, que a pesar de no influenciar la vida de la Iglesia en el mismo grado que Lourdes o Fátima, debe ser considerada como un acontecimiento mariano importante, cuyo significado e influencia parecen revivir hoy, después de más de cien años.
En 1854 le toca el turno a la definición de la Inmaculada Concepción. Después de haberse realizado, nos parece muy natural que se haya producido en 1854. ¿Nos hemos preguntado alguna vez por qué no uno o varios siglos antes? La divina Providencia habría podido muy bien hacer madurar esta verdad en una época anterior. Pero debía ser colocada al comienzo del siglo de María, debía ser como un poderoso toque de clarín, cuyas resonancias se prolongaran durante los años siguientes; debía ser como un maremoto que inundase el mundo con las olas benditas del conocimiento y del amor marianos. Cuando se piensa en el movimiento de estudios y oraciones que precede a semejante definición —y en nuestra época estamos bien colocados para juzgarlo—, en las festividades y solemnidades que suscita por el mundo, uno puede darse cuenta, y el historiador está ahí para confirmarlo, de lo que esta definición ha sido para la vida de la Iglesia. Fue la colocación del fundamento, sobre el que los Papas, Obispos y sabios cristianos debían edificar el monumento de la Mariología. Y no sería difícil presentar testimonios numerosos y autorizados para demostrar que no fueron unos simples fuegos artificiales, sino un acontecimiento con influencias profundas, cuyos efectos se harían sentir durante décadas, y cuyos frutos saboreamos aún hoy.
En 1854 la Iglesia proclamó a María Inmaculada en su Concepción. La augusta Reina del cielo no podía dejar sin respuesta semejante acontecimiento, y el 25 de marzo de 1858 se le aparece a Bernardita, en la Gruta de Lourdes, para decirle: «Yo soy la Inmaculada Concepción», y para responder con un beneficio mundial al homenaje del mundo entero.
No es nuestro intento describir con detalle lo que es Lourdes. Lourdes es un milagro permanente, la confirmación palpable de nuestra fe en un tiempo de escepticismo y naturalismo, la curación corporal y espiritual de miles de desgraciados, la renovación cotidiana de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y de su paso bienhechor por los pueblos y aldeas de Palestina… Lourdes es todo esto, y mucho más que esto; el Obispo de Nuestra Señora, Monseñor Théas, lo decía recientemente: Lourdes es la dulce presencia sentida y experimentada de María. No se puede describir o explicar esto. El hecho es innegable. Todos o casi todos los que han estado allí pueden atestiguarlo. Para comprenderlo es menester haberse sentido repentinamente, a los pies de la Gruta bendita, bajo la influencia de lo sobrenatural y realmente de una Presencia invisible… Millares y millares de almas lo han experimentado, y lo siguen experimentando cada día. Lourdes es la capital del reino de María, un rincón del Paraíso transportado sobre la tierra…
Después de las apariciones de Lourdes y la proclamación dogmática de 1854 no habrá en el campo mariano, durante décadas enteras, otros grandes acontecimientos exteriores que tengamos que señalar especialmente. El mundo cristiano pudo vivir durante largos años con el rico alimento mariano que acababa de serle servido. Otras grandes cosas, como por ejemplo la Consagración del mundo a la Santísima Virgen, se preparaban. Con todo, los tiempos no estaban aún maduros para esto. Sin embargo, muy pronto las piedras milenarias, cada una de las cuales señala una etapa hacia el desarrollo pleno del reino de María, empezarán a multiplicarse a lo largo del camino de la historia.
El Papa mariano León XIII sucedió en 1878 al Papa mariano Pío IX. En 1883 aparece la primera encíclica sobre el Rosario. Entre 1883 y 1898 seguirán apareciendo, cosa casi increíble, nueve encíclicas marianas y gran cantidad de otros documentos marianos de manos de León XIII, que beatificará a Luis María de Montfort y afirmará más de una vez haber sacado en parte su estima y amor del Rosario del contacto con este gran Apóstol de María. El mes de octubre se convierte en el mes del santo Rosario y el equivalente del amable mes de María, lo cual significa claramente un progreso considerable en este terreno dentro de la vida de la Iglesia. Más importantes aún fueron los progresos de la Mariología, consecuencia inmediata de las enseñanzas pontificias. Como lo hizo observar el añorado Profesor Bittremieux en su utilísima obra Doctrina Mariana Leonis XIII, toda la Mariología quedó realzada, y especialmente, en un sentido muy progresista, la misión que la Santísima Virgen cumple en relación con la humanidad: asociación íntima de principio con Cristo en toda la economía de la salvación, su Corredención, su Mediación, tanto en la adquisición como en la aplicación de las gracias, etc.
Todos los Papas siguientes marcharán por este camino, y el «más que nunca» de Montfort se realizará dentro de esta esfera, la más elevada.
También San Pío X —tal vez no se lo ha notado lo suficiente— era un Papa mariano. Dio su plena aprobación y manifestó su mayor estima a la vida mariana tal como la expone Montfort. Desde el punto de vista mariano, el apogeo de su Pontificado se encuentra en la riquísima Encíclica Ad diem illum, escrita en 1904 con motivo del quincuagésimo aniversario de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción. Para componerla, el Pontífice quiso repasar la obra maestra de Montfort y se inspiró ampliamente de ella, como lo recordó más de una vez y lo demuestra fácilmente el estudio comparado de los dos documentos.
Benito XV, a su vez, soñaba con realizar algún acto mariano esplendoroso: la Consagración del mundo a María, la definición de la Mediación… La muerte le impidió realizar este designio. Sin embargo, ejerció una notable influencia en el desarrollo de la doctrina y piedad marianas por sus Cartas apostólicas (entre otras, Inter Sodalitia, en la que encontramos un texto decisivo sobre la Corredención en sentido estricto), por sus instantes exhortaciones a dirigirse a María como Reina de la Paz, como Mediadora de todas las gracias y como el Camino más corto y seguro para ir a Jesús. Conservamos con gratitud su precioso testimonio sobre el Tratado, tantas veces citado en esta obra, al que adjudica «el mayor peso y la mayor suavidad», con el deseo de «que encuentre una difusión aún mucho más amplia, como excelente medio de promover el reino de Dios».
Pío XI era personalmente tan mariano que, durante treinta años, en el Cenáculo de Milán, dio cada tarde de mayo una conferencia llena de doctrina y piedad; que, incluso siendo Papa, se negaba a tomar su descanso antes de haber acabado su Rosario completo. De él tenemos dos Encíclicas marianas, una sobre la Maternidad divina y espiritual de María con motivo de los mil quinientos años del Concilio de Efeso, y otra sobre el Rosario, como adiós al mundo cristiano, casi en vísperas de su muerte.
Superfluo será hacer notar que Su Santidad Pío XII, gloriosamente reinante, no se quedó atrás de ninguno de sus Predecesores en materia de mariología. Al contrario, estamos persuadidos de que los ha superado a todos. En el transcurso de este opúsculo tendremos ocasión de exponer más en detalle el papel magnífico que Su Santidad Pío XII cumple en la realización de las profecías de Montfort sobre «el siglo y el reino de María».
XIHa llegado la hora (2)
Progresos de la Mariología
Es muy notable que las profecías de Montfort anuncien que María debe ser «más conocida», y por consiguiente «más amada y más honrada»; habla «del conocimiento y del reino de la Santísima Virgen». Es decir, a la base de una devoción verdadera e intensa debe haber un conocimiento exacto, sólido y profundo de la doctrina mariana: «Nihil volitum nisi præcognitum: No se ama lo que no se conoce previamente». Y, gracias a Dios, una de las características de nuestra época es la de haber alcanzado una penetración más adelantada e íntima de lo que llamamos comúnmente «el misterio de María». A este progreso contribuyó poderosamente el magisterio doctrinal de la Iglesia, ejercido por el Papa y los Obispos, directamente por la exposición de la doctrina mariana, e indirectamente por el apoyo enérgico dado al estudio de los Mariólogos.
También en el campo mariológico vale incontestablemente el «más que nunca». En ninguna época se ha concedido tan amplio lugar a los estudios marianos en nuestras Universidades y Seminarios. Jamás se escribió tanto sobre Mariología como desde hace cincuenta años. En este espacio de tiempo apareció una decena de tratados completos sobre el tema. Innumerables son los libros, artículos y folletos que abordan algún punto particular de la ciencia mariana. Cosa desconocida no hace tanto tiempo, se multiplican los Congresos Marianos nacionales e internacionales, que estimulan a la vez la ciencia y la piedad marianas. En unos diez países se han constituido Sociedades de Estudios Marianos, sobre el modelo de las «Mariale Dagen» de Tongerlo (Bélgica), que los pusieron en marcha. Bélgica, juntamente con Holanda, jugó en este campo un papel de primer plano. Los pequeños países pueden ser grandes en ciertos campos. Pocas naciones reunieron en la misma época tantos Mariólogos de fama como los Países Bajos hace veinte años. En este tiempo vivían y trabajaban en la más bella de las emulaciones Bittremieux, Lebon, Van Crombrugghe, Merkelbach, Janssens, Druwé, Derckx, Friethoff y otros… ¡Linda falange!
De este modo se consiguieron importantes resultados en el campo de la Mariología. El principio de María, nueva Eva, ha sido puesto más en claro y utilizado para un gran número de consecuencias que se imponen. La misión que la Santísima Virgen cumple con Cristo como Mediadora de la humanidad ha sido analizada cuidadosamente y expuesta más completamente. En muchos puntos se ha logrado la casi unanimidad entre los teólogos, y en muchos otros, aún un poco discutidos, podremos ver el mismo resultado en un futuro próximo. ¿Queremos darnos cuenta de los progresos realizados sobre un punto particular? Cuando, hace unos cincuenta años, hacíamos nuestros estudios de teología, la Mediación de las gracias de la Santísima Virgen recibía la nota de «pia et probabilis opinio», opinión piadosa y probable. Hoy esta verdad es considerada por la mayor parte de los teólogos como cierta y definible.
La piedad mariana
El ascenso de la piedad mariana caminó a la par que el desarrollo de la Mariología. En este punto sobre todo no se espere de nosotros una exposición detallada y completa, que requeriría volúmenes.
Nuestro Padre de Montfort afirma haber leído casi todos los libros existentes en su tiempo que trataban de la Santísima Virgen. Para quien sepa varias lenguas, la cosa sería sin duda imposible en el día de hoy. La literatura de devoción mariana, y asimismo la de teología mariana, es sumamente amplia, y al lado de libros y de folletitos bastante mediocres a pesar de la buena intención de sus autores, contamos también con obras de gran valor que, basadas sólidamente en la sana doctrina mariana, son aptas para alimentar y desarrollar enormemente la piedad mariana. Hay que notar que casi todos los autores contemporáneos, que como Bernadot, Plus y otros, tienen gran reputación como escritores de obras de ascética general, han querido ofrecer también un trabajo en el campo mariano. Más notable aún es el hecho de que en nuestros días aparecen pocas obras de espiritualidad en que no se dediquen uno o varios capítulos a exponer los lazos del tema tratado con la doctrina y la vida marianas. Asimismo, en todos los países del mundo prospera de manera excepcional la prensa mariana periódica, con toda clase de revistas. Damos como ejemplo de ello nuestra modesta revista popular «Mediadora y Reina» y su equivalente flamenca, que tiene en este momento una tirada de 230.000 ejemplares. ¡Hace veinte años no habríamos podido soñar con una cifra semejante!
Señalemos, sobre todo en ciertos países, la magnífica expansión de las «uniones marianas», tan preconizadas por el Santo Padre. Y si en otros países parece haber un retroceso en este terreno, este fenómeno se debe a una baja de todo lo que no es obligatorio, y sobre todo a la existencia de otras asociaciones, particularmente de Acción Católica, hacia las que la juventud se siente más atraída.
A este propósito hay que observar los esfuerzos serios de la Acción Católica por adaptarse a la corriente mariana actual. A veces hubieron grandes lagunas en este punto. Pero en los últimos años se comprueba mucha comprensión a este respecto y esfuerzos muy loables para colmar estas lagunas. Con la Legión de María tenemos un hermoso intento para ir a lo más perfecto en este campo. La Legión nació de la perfecta Devoción de Montfort, y en ella se arraiga profundamente. Sin duda es por eso que este cuerpo selecto de apostolado puede alegrarse de los resultados maravillosos que ha logrado en todas las partes del mundo.
«María conocida, amada y honrada más que nunca»… En este terreno se están produciendo realmente en nuestros días algunos acontecimientos cuyo equivalente buscaríamos vanamente en toda la historia de la Iglesia. Tal es el caso, por ejemplo, de la «Virgo Peregrinans», la Virgen Peregrina. En Francia —¡siempre Francia!— hemos tenido en Francia la «Gran Vuelta», que algunos consideraban como una experiencia típicamente francesa, imposible de hacer en otras partes. Pero ahora también Nuestra Señora de Fátima se ha puesto en marcha, con igual o mayor éxito, y ha recorrido muchos países y continentes, incluso Inglaterra, Canadá, los Estados Unidos, Africa, Oceanía, etc. Esta «peregrinatio Mariæ» se extendió luego a Italia, donde las Vírgenes locales lograron los mismos triunfos. En Holanda es la Stella Maris la que pone a la gente en delirio; en Bélgica es la Virgen de los Pobres la que fascina a las masas y las mantiene apiñadas alrededor de Ella sin cesar, día y noche. En Alemania se organizaron también estas «visitas» de Nuestra Señora de Fátima con gran éxito. Cuando se consideran las explosiones de fe, amor, piedad y arrepentimiento que provoca el paso de una simple imagen de María; cuando se oye a los misioneros afirmar que el paso de Nuestra Señora en una parroquia por algunos días, a veces por algunas horas, opera tantas maravillas que la misión más lograda, nos es necesario admitir que estamos en presencia de una forma nueva, querida por Dios, de la piedad mariana; de una invención del Amor infinito y del amor materno de María para atraer las almas y volverlas a llevar y dar a Cristo.
Una característica más de la devoción mariana en nuestra época: se comprende cada vez más que el culto mariano forma parte integrante del mismo cristianismo, y no es una superfluidad más o menos facultativa, sino que toda la vida de los cristianos debe ser también mariana; se cae en la cuenta de que se puede y se debe hablar de «vida mariana» y no sólo de «devoción» a María. La expresión ya ha quedado definitivamente consagrada, y el mismo Santo Padre se ha servido de ella. Realmente ha llegado el tiempo en que, según la predicción de Montfort, las almas respiran a María tanto como los cuerpos respiran el aire. ¡Las almas se pierden realmente en Ella, para convertirse en copias vivas de Jesucristo!
Los «santos» de hoy
Montfort había prometido también que en este siglo mariano habrían santos que se distinguirían por un amor y una piedad marianas excepcionales. En efecto, los santos son los más dóciles en seguir las inspiraciones de lo alto, y Dios es incontestablemente el Autor principal del movimiento mariano que estamos describiendo. Hablamos de bienaventurados y de santos canonizados, pero también de esas almas que la vox populi designa como candidatos a una glorificación futura. Ahora bien, nos parece incontestable que la mayoría de los «santos» de hoy se distinguen de sus precursores en los caminos de la santidad por una vida mariana más intensa. Piénsese, por ejemplo, en el santo Cura de Ars, Santa Teresita del Niño Jesús, San José Benito Cottolengo, Santa Bernardita, Santa Catalina Labouré, Don Bosco, San Gabriel de la Dolorosa, Teófano Venard, San Pío X… ¡Qué almas tan marianas fueron Matt Talbot, el Padre Bellanger, el Padre Kolbe, y en nuestros países el Padre Valentin, los Hermanos Mutien-Marie, el Padre Poppe: estos últimos eran todos esclavos de María según el método de Montfort, aunque por uno u otro motivo no se haya resaltado esta condición como fuese debido!
Apariciones
En contacto con el crecimiento de la devoción mariana casi en todas las formas señaladas hasta aquí, se encuentran las apariciones de Nuestra Señora de Fátima desde mayo a octubre de 1917. Este es sin lugar a dudas uno de los acontecimientos marianos más importantes que se hayan producido en la Iglesia. Y el hecho de que el Santo Padre haya querido realizar las ceremonias de la clausura oficial del Año Santo en este lugar bendito, fuera de Roma, disipa totalmente las dudas que algunos pensaban poder tener sobre las opiniones de Pío XII a propósito de estas apariciones. Serán casi desconocidas fuera de las fronteras de Portugal hasta 1940; luego, bajo la presión de los terribles acontecimientos de entonces, la noticia se difundirá realmente como una «sacudida religiosa» por el mundo, especialmente por los países ocupados. Es probable que ninguna manifestación de Nuestra Señora haya ejercido en tan poco tiempo una influencia tan grande en la vida de los cristianos. Podemos asignar a esto varios motivos, especialmente el hecho de que estas apariciones estaban en armonía evidente con muchas corrientes religiosas y necesidades espirituales de nuestra época. Entre otras estaba el hecho de que, por primera vez desde 1836, se pedía la Consagración al Corazón Inmaculado de María.
Es imposible no señalar aquí otra manifestación extraordinaria de la bondad y del poder de María, que confirma de nuevo el hecho de que nuestra época sea efectivamente «el siglo de María». Desde el 29 de agosto al 1 de septiembre de 1953 en Siracura, Sicilia, una estatuilla del Corazón Inmaculado de María derramó abundantes lágrimas casi sin interrupción. Cosa inaudita: el prodigio pudo ser observado por millares de personas, fue controlado por las autoridades civiles, por médicos, químicos, etc. Cosa igualmente inaudita: ante la evidencia del hecho, el episcopado de Sicilia, que tenía a su cabeza a Su Excelencia el Cardenal Rufini, reconoció oficialmente el carácter milagroso del hecho tres meses después de los acontecimientos, el 12 de diciembre, tan sólo algunos días antes de la apertura del Año Mariano. No hace falta decir que estas lágrimas de la Santísima Virgen deben hacernos recapacitar, y en todo caso son un testimonio nuevo y trágico de la solicitud preocupada y del amor incomparable de nuestra divina Madre por nuestro pobre mundo.