lunes, 8 de septiembre de 2008

¿Quién es María?



¿Quién es María?
Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre(Mt. 19 6)
María ha sido esencialmente querida por Dios como la nueva Eva de Cristo, el nuevo Adán. Difícilmente se encontrará definición más exacta y más completa de Ella que la que Dios mismo dio de Eva en el momento en que creó a la primera mujer: «Adiutorium simile sibi, una Ayuda semejante a El». María será para Cristo en el orden de la reparación y de la gracia lo que Eva fue para Adán en el orden de la caída y del pecado.
Se obra como se es: «Operari sequitur esse». Para colaborar con Cristo, Ella deberá serle semejante en su ser. Ella le será semejante —no igual— por su exención del pecado original, por su plenitud propia de gracia, y por la eminencia singular de sus virtudes.
Para colaborar con El de manera habitual y verdaderamente oficial, Ella deberá también estarle unida por lazos duraderos y físicos. Es evidente que un matrimonio ordinario quedaba excluido. Dios hace entonces algo admirable: para que María sea la Esposa espiritual y la Cooperadora universal de Jesús, la convierte en su Madre según la carne, y la vincula así de manera definitiva a Cristo por los lazos físicos más estrechos que se puedan concebir. También por este mismo hecho, Ella queda elevada al plan y al nivel de Cristo, cosa igualmente indispensable para una colaboración perpetua. El es el Hijo de Dios, Dios mismo; Ella será la Madre de Dios, dignidad menor, ciertamente, que la de Cristo, pero dignidad en cierto aspecto infinita, que la eleva, tanto como es posible, a la altura de Cristo, de la manera que conviene perfectamente a su condición de nueva Eva.
Desde ahora Ella está equipada para realizar, en unión con Cristo y en dependencia absoluta de El, su gran obra de glorificación del Padre y de salvación de la Humanidad.
Ella será, ante todo, Corredentora con El, no solamente en el sentido de que por su libre consentimiento Ella nos da verdaderamente al Redentor; no solamente en que, por sus méritos y oraciones, Ella contribuye a la aplicación de los frutos de la Redención a las almas; sino Corredentora en el sentido estricto y completo de la palabra: Ella no forma con Cristo más que un solo principio moral del acto redentor mismo, participando del Sacrificio decisivo, no como elemento principal, pero sí como causa integrante por libre voluntad de Dios: Ella es Sacrificadora secundaria y Víctima subordinada del Sacrificio del Calvario.
El acto redentor del Calvario, al que queda vinculada toda la vida de Cristo, y también todas las acciones de María desde que se convirtió en Madre y en Socia indisoluble del Hijo de Dios, reviste también el aspecto del mérito, y merece por lo tanto todas las gracias necesarias o útiles para la salvación de la humanidad. María participa también de este aspecto de la Pasión de Cristo, como de todos los demás, y merece, al menos con mérito de conveniencia , todas las gracias que serán impartidas a la humanidad. Cristo es Mediador supremo de todas las gracias, que El conquistó al precio de su Sangre; María participa de este derecho de distribución de las gracias por la colaboración que Ella aportó en su adquisición. Por ser Corredentora, María es Mediadora y Distribuidora de todas las gracias, ejerciendo esta función por una causalidad moral de destinación o de consentimiento, por una causalidad de oración, y también probablemente por una causalidad de producción física, subordinada e instrumental, pero libre y verdadera.
Ahora bien, la gracia es la vida del alma, su vida sobrenatural. María es juntamente con Cristo, y por más de un título, el principio de toda vida sobrenatural, porque, en dependencia de Cristo, es causa multiforme de la gracia en las almas. Al dar así verdaderamente la vida a las almas, Ella es su Madre, su verdadera Madre, no ciertamente según una maternidad natural, pero sí con una maternidad real y no solamente metafórica y por modo de decir. En el orden de la vida divina Ella cumple de manera sobreeminente toda la misión y todas las funciones que una madre ordinaria ejerce en la vida de su hijo. María es, pues, Madre de las almas, por ser Mediadora de todas las gracias.
Redimir las almas, aplicarles los frutos de la redención, comunicarles y hacerles aceptar la gracia, y darlas así a luz a la vida sobrenatural, formarlas y hacerlas crecer en ella, no se hace solo, es una obra difícil; no se realiza sino en contra de fuerzas adversas coaligadas contra Dios y contra las almas: el demonio, el mundo y las facultades desordenadas que, como un virus indestructible, el pecado original dejó en el hombre. Lo cual quiere decir que redención, santificación y vivificación son una lucha, un combate incesante. Pues bien, en esta lucha María es la eterna adversaria de Satanás, detrás de la cual Cristo parece esconderse, como en otro tiempo la Serpiente se había escudado detrás de Eva. María es la eterna y siempre victoriosa Combatiente de los buenos combates de Dios. Más que eso: por debajo de Cristo, Ella es la invencible Generala de los ejércitos divinos, pues conduce y dirige el combate. Ella es para la Iglesia y para las almas todo lo que un general es para su ejército: da a las almas, a los mismos jefes de la Iglesia, las luces apropiadas para despistar las emboscadas de Satán y dirigir la batalla; sostiene también los ánimos, relanza sin cesar a sus hijos a la lucha, los provee de las armas adecuadas que deben asegurarles la victoria; pues todo eso es, con toda evidencia, obra de la gracia: gracia de luz, de valentía, de fortaleza, de perseverancia; y toda gracia, después de Cristo, nos viene de María. Por ser Corredentora y Mediadora de todas las gracias, Ella es Generala «victoriosa en todas las batallas de Dios» .
Pero también, finalmente, por ser Madre de Dios, Socia universal de Cristo y Corredentora de la humanidad, María es Reina universal junto a Cristo Rey. Ella es Reina, como lo admiten unánimemente los teólogos, según una realeza verdadera y efectiva, que se ejerce sobre toda criatura, tanto sobre los ángeles como sobre los hombres, tanto en el orden natural como en el orden sobrenatural; realeza que es participación de la de Cristo, se extiende tan lejos como la de El, se ejerce de manera análoga a la de El, pero le sigue siendo siempre plenamente subordinada.
Esta es sustancialmente la misión de María. No podemos aquí describirla más a lo largo, ni probarla; pero debíamos recordarla sucintamente. En función de estas magníficas verdades vamos a estudiar el culto singular que debemos a María, y responder a la pregunta: ¿Qué actitud debemos tener con Aquella que Dios ha colocado junto a Cristo en el corazón mismo de su Misterio de salvación?
Ante todo, deberemos establecer la necesidad y la obligación de un culto mariano elemental, y la gran utilidad de una devoción más perfecta a María. Luego, después de recordar los principios que nos tendrán que guiar en la elección de las diferentes formas de devoción a Nuestra Señora, deberemos estudiar cómo puede este culto mariano ejercerse de la mejor manera. ¡Dígnese la divina Mediadora de todas las gracias asistirnos en este estudio!