lunes, 8 de septiembre de 2008

El reino de Cristo por María y las profecías de San Luis María de Montfort



El reino de Cristo por María y las profecías de San Luis María de Montfort
En nuestras consideraciones precedentes respecto de la tesis de San Luis María sobre el reino de Cristo por el reino de su santísima Madre, nos hemos colocado en el terreno doctrinal. Pensamos haber demostrado que sus afirmaciones concuerdan perfectamente con el dogma cristiano y son incluso la conclusión lógica que, si no con certeza, sí al menos con verosimilitud, podemos sacar de varias verdades de la doctrina mariana comúnmente admitidas.
Es también indudable que las proposiciones de Montfort en este punto son también predicciones. ¿Son profecías verdaderas y verídicas, que merecen nuestra adhesión como tales? ¿Se puede o se tiene que decir: Montfort lo predijo, luego se realizará? Estimamos que así es. Tenemos, a lo que parece, la certeza moral de que las predicciones de Montfort en este punto deben cumplirse. Y llegamos a lo que dejábamos entrever más arriba: una actitud fundada y razonada a propósito de la tesis del gran Apóstol de María sobre el reino de Cristo por el reino de Nuestra Señora.
En el sentido estricto de la palabra, una profecía es el conocimiento sobrenatural y la predicción infalible de acontecimientos futuros, que no podrían conocerse naturalmente. Una profecía sólo puede venir de Dios, pues sólo El conoce el futuro, especialmente en los casos en que está en juego la libertad humana. En efecto, estos acontecimientos no existen aún en sí mismos, ni tampoco de modo cierto en sus causas, puesto que pueden producirse o no producirse. Por eso, sólo existen en la presciencia y predestinación de Dios, que es el único que puede conocerlos por Sí mismo y comunicar su conocimiento a quien le plazca.
¿Podemos saber con certeza moral o al menos con verosimilitud, si alguien es profeta y habla bajo inspiración y con la luz de Dios?
Evidentemente, se impone aquí una gran circunspección. El demonio es el «simio de Dios», y la imaginación o incluso, por desgracia, el prejuicio de engañar al prójimo, pueden jugar un gran papel, como lo comprobamos muy a menudo.
La santidad del «profeta» es, según el parecer de todos, un índice serio, aunque no infalible, de la objetividad de lo que anuncia en nombre de Dios. Y es que la santidad excluye el designio de querer engañar a sabiendas. Y el error involuntario, incapaz de distinguir las alucinaciones de una imaginación enfermiza y las invenciones del espíritu de la tinieblas, de las inspiraciones del Espíritu de Dios, se encuentra en ellos mucho más raramente.
Los milagros, realizados expresamente para confirmar la verdad de una profecía, son una prueba apodíctica de ella, y fuera de este caso, algunos milagros realizados constituirán una fuerte presunción en favor de ella.
Finalmente, las verdaderas profecías ya realizadas son indudablemente un argumento muy serio en favor del origen divino de otras predicciones sobre el mismo tema, y pueden en ciertos casos dar una verdadera certeza moral.
Apliquemos estos principios, brevemente recordados, a nuestro Padre de Montfort.
Montfort, incontestablemente profeta
Es un santo, reconocido como tal por la Iglesia, y, como lo hemos oído repetir cientos de veces en boca de sacerdotes religiosos y de religiosos de toda orden y de todo color, un gran santo —Pío XII se confesaba deslumbrado por el brillo de su santidad—, y sin duda uno de esos «grandes santos, que sobrepujarán tanto en santidad a la mayoría de los otros santos, cuanto los cedros del Líbano sobrepujan a los pequeños arbustos» . Eso es para nosotros, por lo tanto, un primer motivo de confianza y una garantía de objetividad.
Montfort hizo milagros, o más justamente, Dios los hizo por su oración y por su intermedio. Hizo milagros después de su muerte, oficialmente reconocidos por la Iglesia, y sigue realizándolos, en cuanto nosotros podamos juzgar de ello. Hizo muchísimos durante su vida: curaciones instantáneas, multiplicación durante meses enteros del alimento necesario para centenares de obreros de su Calvario, etc. Para él las puertas de las iglesias se abrían por sí solas, las campanas se ponían a tocar, pasaba a través de las puertas de prisión cerradas con cerrojo… No queremos decir que estos hechos demuestren infaliblemente la verdad de sus predicciones, pero son también una preciosa indicación en su favor.
Además, en su vida, hay un gran número de profecías realizadas, a veces a algunos años de distancia, otras veces a la de cientos de años. En su primer viaje al salir del seminario, amenaza con los castigos divinos a unos desdichados que, a pesar de sus reproches, no abren la boca sino para decir blasfemias y cosas sucias. Después de un cierto tiempo uno de ellos muere en estado de ebriedad bestial, y los otros dos son heridos gravemente en una riña entre ellos.
Luego de un largo trabajo parcialmente infructuoso en la ciudad de Rennes, en la que había pasado los años de su juventud, le deja este triste adiós:
Adiós, Rennes, Rennes, Rennes,Deploro tu destino;Te anuncio mil penas,Perecerás al fin,Si no rompes las cadenas,Que esconces en tu seno.
Seis años más tarde un inmenso incendio, que duró más de diez días, redujo a cenizas la mayor parte de la ciudad. Y la población se decía: «¡Es el cumplimiento de la profecía del Padre de Montfort!».
La teología hace observar que una profecía es tanto más notable cuanto más netamente se determinan por adelantado sus circunstancias. He aquí, pues, un hecho muy notable desde este punto de vista. En una misión, predicada en Saint-Christophe-du-Ligneron, en la diócesis de Luçon, convirtió a un cierto Tangaran, culpable de graves injusticias que exigían restitución, y que su autor prometió realizar. Cuando más tarde el misionero se presenta para arreglar el asunto en detalle, Tangaran, por influencia de su mujer, ha cambiado de parecer y se niega a restituir. El santo varón lo amenaza con los castigos de Dios: «Estáis apegados a los bienes de la tierra y despreciáis los bienes del cielo. Vuestros hijos no tendrán buen futuro y morirán sin descendencia. Vosotros mismos caeréis en la miseria y no dejaréis después de vosotros ni siquiera con qué pagar vuestro entierro». La mujer le replica en son de burla: «De todos modos dejaremos de lado treinta soles para hacer sonar las campanas en nuestra sepultura». «Y yo os digo —contesta el santo— que en vuestro entierro las campanas no tañerán». Todo esto se realizó al pie de la letra. Y por lo que se refiere al último punto, Tangaran y su mujer acabaron en la pobreza y no dejaron más que deudas. Murieron los dos un Jueves Santo, la mujer en 1730 y el marido en 1738: por lo tanto, 18 y 26 años más tarde. ¡Los dos fueron enterrados en Viernes Santo, el único día del año en que no pueden tañer las campanas!
Podríamos proseguir la serie. Sin embargo, no es este el lugar. Señalemos aún tan sólo la profecía del «Jardín de las Cuatro figuras», un parque de mala fama de Poitiers para el que anuncia la fundación de un hospital de enfermos incurables, mantenido por religiosas, lo cual se realizará 42 años más tarde; la predicción sobre su Calvario de Pontchâteau, destruido por orden de la autoridad civil, y magníficamente restaurado más tarde; el desarrollo prodigioso de su congregación femenina, las Hijas de la Sabiduría; su notable profecía al Padre Mulot, a quien predijo una restauración completa de su salud si consentía en entregarse con él a la obra de las misiones, etc.
La gran profecía
Pero hay más aún, y esto es realmente decisivo para nosotros. Júzguelo el lector. Se trata de una profecía muy circunstanciada sobre la suerte del mismísimo libro en que se encuentran sus predicciones a propósito del reino de Cristo por María. Creemos que se trata de uno de los textos más notables que podamos encontrar en los escritos de los santos. Presentamos aquí este texto, con su contexto inmediato.
«Más que nunca me siento animado a creer y a esperar todo lo que tengo profundamente grabado en el corazón, y que pido a Dios desde hace muchos años, a saber: que tarde o temprano la Santísima Virgen tendrá más hijos, servidores y esclavos de amor que nunca, y que por este medio Jesucristo, mi querido Dueño, reinará en los corazones más que nunca.
Preveo muchas bestias convulsas que vienen furiosas para desgarrar con sus dientes diabólicos este pequeño escrito y a aquel de quien el Espíritu Santo se ha servido para escribirlo, o por lo menos para envolverlo en las tinieblas y el silencio de un cofre, a fin de que no aparezca; atacarán y perseguirán aún a aquellos y a aquellas que lo lean y lo lleven a la práctica. Pero ¿qué importa? ¡Al contrario, tanto mejor! ¡Esta perspectiva me anima y me hace esperar un gran éxito, es decir, un gran escuadrón de bravos y valientes soldados de Jesús y de María, de uno y otro sexo, para combatir al mundo, al diablo y a la naturaleza corrompida, en los peligrosos tiempos que van a llegar más que nunca!
Qui legit, intelligat. Qui potest capere, capiat» .
Querer analizar todos los detalles de este texto y mostrar su realización nos llevaría demasiado lejos y nos haría salir del marco de este estudio. Nos limitamos a señalar los «desgarramientos» a los que el autor de la profecía estuvo ampliamente sometido; los ataques y persecuciones de que son blanco quienes leen este libro y tratan de poner en práctica sus enseñanzas, y con mayor razón quienes se convierten en sus apóstoles y promotores; el gran escuadrón de bravos y valientes soldados de Jesús en María, de quien se reclama justamente la Legión de María, a condición de no hacerlo de manera exclusiva. Atraemos más especialmente la atención del lector sobre algunas particularidades típicas de este texto. San Luis María habla de «bestias convulsas que vienen furiosas para desgarrar con sus dientes diabólicos este pequeño escrito…». Es evidente que se trata de los demonios. Lo cual no significa que las potestades infernales deban realizar este «desgarramiento» de manera inmediata y sin intermediarios. Satán puede servirse de instrumentos, de hombres mal intencionados, o incluso de personas sin intenciones perversas. Querríamos subrayar más especialmente tres afirmaciones de este texto, imprevisibles de suyo, y mostrar su realización pasmosa, recordando que una profecía tiene siempre algo de imprecisión, y que las diversas partes parecen casi siempre enredadas una con otra.
1º El libro debía ser desgarrado. Ahora bien, que nuestro querido Tratado lo haya sido es algo cierto, sin que sepamos ni cuándo, ni cómo, ni quién lo hizo. En el manuscrito, tal como lo conocemos, le faltan más de 80 páginas. Pero, cosa aún más importante, el estudio del texto demuestra la ausencia de toda una primera parte, de la que no queda ninguna huella . Al fin del volumen faltan también algunas paginas, entre otras el texto de la Consagración, distinto tal vez del que usamos hoy en día. Por lo tanto, esta primera parte de la predicción se realizó.
2º «O por lo menos para envolverlo en las tinieblas y el silencio de un cofre, a fin de que no aparezca». Esta segunda afirmación tuvo una realización tal vez más impresionante. El «Tratado» fue escrito hacia el fin de la vida de su autor, probablemente en 1712. ¡Y sólo fue encontrado en 1842, realmente «en las tinieblas y el silencio de un cofre», por un Padre de la Compañía de María de la Casa Madre de Saint-Laurent-sur-Sèvre, que, buscando material para un sermón mariano, después de consultar algunos libros de la biblioteca, empezó a hurgar en un cofre que contenía toda clase de papelotes, entre los que la Providencia le hizo encontrar el precioso manuscrito!
3º Por lo que se refiere al «éxito» de que se trata aquí, dejando de lado lo que se describe explícitamente, creemos poder interpretar también la profecía en el sentido de que el libro mismo se ha difundido en una amplia escala. Ha conocido 63 ediciones francesas, de las que algunas, y las más importantes, fueron editadas en Canadá. Además fue traducido a más de 20 lenguas. Sólo en Bélgica y Holanda se sucedieron, en sólo treinta años, unas 15 ediciones con una tirada total de 150.000 ejemplares. Sin lugar a dudas es por el momento el libro mariano más leído y meditado, y el que, según el parecer de teólogos reputados, merece ocupar en el campo mariano el lugar que ocupa la «Imitación de Cristo» en la espiritualidad general.
El cumplimiento evidente de esta profecía, que tiene la misma virtud probadora que un milagro, es una prueba de que el autor no se equivocaba cuando afirmaba que el Espíritu Santo se había servido de él para escribir este libro, de modo que llegamos por una doble vía a la conclusión de que sin lugar a dudas se realizarán las profecías de Montfort sobre el reino de Cristo por el reino de María: en primer lugar porque, como acabamos de decirlo, la realización de esta profecía prueba que el libro que la contiene ha sido escrito bajo la inspiración del Espíritu de Dios, y esto es lo que explica, por otra parte, la unción tan especial de que está impregnado; y en segundo lugar porque el cumplimiento de la predicción sobre la suerte del libro nos da la certeza moral de que las demás profecías que contiene sobre el reino de Dios por María, y que son aún mucho más importantes, se realizarán a su tiempo.
Ahora bien, nuestra argumentación doctrinal en este punto, como todo lo que acabamos de ver sobre el incontestable espíritu profético de Montfort, se encuentra formalmente confirmado por lo que la Iglesia ha vivido desde hace cien años y vive aún por el momento: la historia contemporánea e innumerables otros hechos le dan razón al Apóstol y Profeta del reino de María. Ante estos acontecimientos nos vienen a la mente y a los labios las palabras de Cristo: «Venit hora, et nunc est: Ha llegado la hora, y ya estamos en ella».