lunes, 8 de septiembre de 2008

Consagración social a la Santísima Virgen



Consagración social a la Santísima Virgen
Hace décadas que nos esforzamos por promover, no sólo la consagración personal a la santísima Madre de Dios, sino también la consagración colectiva o social. En varias diócesis, como Ruremonde, Lieja y Namur, se llevó a cabo, a partir de 1934, una verdadera campaña organizada para convencer y preparar a la consagración, no sólo a los cristianos individualmente, sino también a las familias, parroquias, agrupaciones y asociaciones de toda clase. Estas consagraciones atrajeron sin ninguna duda las bendiciones divinas sobre personas y comunidades de todo tipo, que se apresuraron a responder a este llamamiento.
Luego sucedió el gran acontecimiento ya relatado, de la consagración «social» de la Iglesia y del género humano al Corazón Inmaculado de María, realizada por Su Santidad Pío XII el 31 de octubre de 1942, y luego el 8 de diciembre siguiente.
Todo el mundo católico quiso unirse a este gran acto. En Bélgica el Episcopado apremió a toda la población a hacer o renovar esta donación. La Carta Pastoral de Su Excelencia el Cardenal van Roey sobre este tema, en la Cuaresma de 1943, fue particularmente notable. El Cardenal, después exponer magistralmente los fundamentos dogmáticos de la devoción mariana, escribía entre otras cosas:
«Acabamos de invitaros ahora a hacer una manifestación insigne de este culto, a dar un testimonio elocuente de esta confianza… Si las circunstancias lo hubiesen permitido, habríamos querido organizar una grandiosa solemnidad nacional para consagrar Bélgica al Corazón Inmaculado de María. Esperamos poder celebrar esta ceremonia después de la guerra, cuando de nuevo gocemos de la paz en la independencia. Mientras tanto, haremos la consagración de nuestras diócesis, de nuestras parroquias y de todas nuestras instituciones, para englobar de hecho a toda la nación.
¿Cuál es el alcance de esta consagración? Dedicar todo lo que tenemos y todo lo que somos a la Santísima Virgen María… Conviene que nos confiemos, entreguemos y consagremos —son los términos usados por el Papa— sin reserva a la Santísima Virgen, para dejarle toda libertad de disponer por entero, como Ella quiera, de nuestras vidas y de nosotros mismos. Conviene poner en sus manos maternas la suerte de nuestras instituciones y obras, el futuro de nuestras parroquias y diócesis, los destinos de nuestra patria y de la Iglesia en Bélgica. Es, por consiguiente, un acto de donación total y colectiva, inspirado por la fe más elevada, por el amor más filial y confiado».
Como puede verse, la enseñanza del Primado de Bélgica coincide aquí muy de cerca con la noción de la consagración tal como la expone San Luis María de Montfort, aplicada sobre todo a la consagración colectiva o social.
Esta consagración fue hecha en Bélgica por todas partes en el transcurso del año 1943, y no dejó de producir en la población una impresión profunda y reconfortante.
El 1 de mayo de 1948, como ya lo hemos señalado, el Santo Padre, en su Encíclica Auspicia quædam, recuerda la consagración de la Iglesia y del mundo al Corazón Inmaculado de María, hecha a ejemplo y en el mismo sentido que la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús, e invita a toda la cristiandad, no sólo a los individuos, sino a cada diócesis, a cada parroquia y a cada hogar cristiano, a hacer esta consagración, que por lo tanto es verdaderamente colectiva y social.
No seríamos verdaderos cristianos si no respondiésemos a este llamamiento del Pontífice supremo. Para alentarnos a ello, reproduciremos aquí algunas páginas de un pequeño folleto, que hemos difundido a un cuarto de millón de ejemplares.
El por qué de estas consagraciones
Para ser completa, nuestra Consagración a la Santísima Virgen no debe ser solamente individual, sino también colectiva o más bien social. En efecto, al lado de nuestra vida personal, tenemos también una vida social. Somos miembros, libremente o por fuerza, de diversos organismos sociales. Formamos parte de la Iglesia, de una diócesis, de una parroquia. Pertenecemos a una familia; somos ciudadanos de una nación, de una ciudad, de un municipio; y hemos entrado en muchas asociaciones y agrupaciones.
Para ser completa, nuestra donación a María debe englobar todas estas entidades sociales.
Muchas sociedades humanas tienen, en sentido propio o en sentido amplio, una «personalidad moral», una existencia social distinta de cada miembro considerado aparte, e incluso de todos los miembros considerados en común. En la mayoría de las sociedades hay bienes comunes, que cada miembro, considerado individualmente, no podría ofrecer a Nuestra Señora, pero que la comunidad misma puede dedicarle. Por otra parte, es absolutamente evidente que todos estos organismos sociales ejercen una gran influencia en la vida moral y religiosa de los individuos, y pueden por consiguiente favorecer o contrariar sumamente el reino de Cristo y de María en las almas.
Por todos estos motivos, frente a la consagración personal —que es la más importante—, nuestra cruzada mariana organiza también la consagración de las familias, de todas nuestras asociaciones, especialmente la de las parroquias e institutos y comunidades religiosas.
Su alcance
Por este acto de consagración social, una familia, por ejemplo, reconoce oficialmente sobre ella los derechos de la dominación real de María.
Ella se coloca, por este mismo hecho, de modo muy peculiar, bajo su custodia materna y su protección benéfica.
Todos los miembros de esta comunidad familiar, el padre, la madre, los hijos, se consagran, como tales, a la divina Madre de Jesús. La misma familia es la que lo hace, y ofrece así a la Santísima Virgen la propiedad de los bienes de que cada miembro, considerado individualmente, no podría tal vez disponer.
¡Qué recomendable es también este homenaje social a la divina Madre, por el que se reconocen y se realizan completamente sus derechos sobre toda la humanidad!
¡Qué preciosa es, en particular, la consagración a Nuestra Señora de la familia, cuya misión es tan importante y sublime! ¡La familia, célula madre de la sociedad y de la patria! ¡La familia, elevada por el sacramento de matrimonio y establecida en el centro mismo del orden sobrenatural, con la magnífica misión de dar a Dios templos vivos, a Cristo miembros de su Cuerpo místico, a la Santísima Virgen María hijos amadísimos!
¡Qué celo en reconocer la soberanía de Nuestra Señora deben desplegar también nuestras agrupaciones, en particular las de Acción Católica, que quieren vivir el cristianismo en su integridad, ser conquistadores, y traer de nuevo a Cristo las masas que se alejaron de El! ¡Qué poderoso auxilio encontrarán, para realizar esta gran y difícil misión, en su intimidad con la Santificadora de las almas, la Madre de la Iglesia, la Reina de los Apóstoles y la gloriosa Triunfadora de Satán!
Espíritu mariano
Queda claro que parroquias y familias, obras y agrupaciones católicas de toda clase, deberán recordar su consagración y renovarla regularmente. La Santísima Virgen, desde ese momento, tendrá su lugar en ellas junto a Cristo. Su vida social no será solamente cristiana, sino también mariana. Nuestra Señora imprimirá en adelante un sello especial a su vida, que se inspirará en el espíritu de María. Este espíritu de María será, para los dirigentes, un espíritu de abnegación y de entrega total y desinteresada por los intereses de la colectividad; para los subordinados, un espíritu de docilidad y de obediencia, que es el espíritu propio de la «Esclava del Señor», que no cesó de repetir a toda autoridad legítima lo que dijo al arcángel San Gabriel, enviado por Dios: «Hágase en mí según tu palabra»; espíritu de María, que será para todos los miembros de la sociedad, y en las relaciones de sus diversos organismos entre sí, un espíritu de hermosa y gran caridad, de soporte mutuo, de benevolencia recíproca, de unión estrecha por el mismo ideal bajo el cetro de la única Reina, bajo el manto de la Madre dulcísima, María.
Prenda de bendiciones extraordinarias
Esta consagración a la Santísima Virgen, tanto individual como social, ha dado frecuentemente resultados magníficos y producido efectos maravillosos. Santa Teresa consagra a la Santísima Virgen una comunidad recalcitrante a su reforma, y al punto se produce un cambio completo. El cura párroco Desgenettes consagra al Corazón Inmaculado de María una inmensa parroquia de París, con lamentable mentalidad religiosa y peor práctica cristiana, y el resultado es la transformación casi milagrosa de su rebaño. Nosotros hemos visto muchas veces en las familias, después de esta consagración, operarse conversiones asombrosas, arreglarse las situaciones más difíciles, establecerse la felicidad, paz y prosperidad desde todo punto de vista en estos hogares consagrados a la Virgen poderosa y bondadosa.
No dudamos de que ninguna parroquia, comunidad, obra cristiana o familia querrá quedarse atrás y negar a la Santísima Virgen este homenaje de veneración y de amor al que Ella tiene derecho, ni privarse a sí misma de las inmensas bendiciones que a su «alegre entrada» esta gloriosa y amable Reina no dejará de traer con Ella .