lunes, 8 de septiembre de 2008

Para María



Para María
Unas palabras de introducción
Con confianza presentamos al público piadoso y serio este quinto volumen de la Serie Immaculata, lanzada durante el Año Mariano 1953-1954.
Con confianza…
No a causa del valor intrínseco y objetivo de este trabajo, sino a causa del interés de la materia tratada en estas páginas. La vida mariana, tal como la propone San Luis María de Montfort, atrae incontestablemente cada vez más a las almas, especialmente a aquellas que sienten una vocación especial en este campo. La materia tratada en este quinto pequeño volumen es particularmente atractiva, y asimismo importante para completar en nuestra vida el lugar que le corresponde a la inseparable Socia de Cristo en los designios y obras de Dios.
Con confianza…
Porque esta Mediadora incomparable de todas las gracias quiso impregnar de luz, de fortaleza y de unción al menos algunas de las páginas de los volúmenes precedentes, y eso nos hace esperar y augurar humildemente los mismos beneficios para las páginas siguientes.
Con confianza…
Porque, desde muchas partes nos han alentado en nuestro trabajo por medio de testimonios reconfortantes: un eminente mariólogo de Roma, consultor de congregaciones romanas; el redactor jefe de una de nuestras grandes revistas mariológicas; un profesor jubilado de universidad, domiciliado en Budapest, que espera la victoria de la Patrona de Hungría; un joven sacerdote indígena, que lucha en Vietnam por el triunfo de la causa de Dios; al igual que muchas almas sencillas, a menudo gente del pueblo, que se esfuerzan por releer estos artículos tres y cuatro veces para comprenderlos mejor…
¡Sea bendita nuestra divina Madre mil veces por ello, y dígnese aceptar ahora, en su infinita bondad, este humilde regalo «jubilar» que le ofrecemos durante el año preparatorio al gran jubileo de Lourdes, para el 40º aniversario de sus apariciones en Fátima y para el cercano 25º aniversario de sus apariciones en Beauraing y en Banneux!
Lovaina, Convento de María Mediadora,a 25 de marzo de 1957.
IVivir para María
Debemos abordar ahora el estudio de un aspecto nuevo y especial de la vida mariana: vivir para la Santísima Virgen. San Luis María de Montfort hizo con todas las manifestaciones más hermosas e importantes de la piedad mariana un todo sólidamente construido, con partes íntimamente trabadas entre sí. Hemos estudiado ya sucesivamente la mayoría de estas partes.
El fundamento práctico de una vida mariana ideal consiste en la Consagración total y definitiva a la Santísima Virgen, tal como Montfort la expone. Esta vida mariana ha de componerse de una dependencia habitual y de una obediencia total para con Nuestra Señora, de una confianza absoluta que nos haga recurrir a Ella en toda dificultad, de la imitación fiel de sus virtudes, y de una unión habitual con Ella en todas nuestras acciones. Todas estas formas de la vida mariana han sido expuestas precedentemente.
Este rápido vistazo de conjunto nos hace constatar de nuevo qué rica y completa es la devoción mariana, tal como la propone nuestro Padre de Montfort; cómo correspondemos así a todos los aspectos de la misión de la Santísima Virgen hacia nosotros; cómo marializamos con ella todas las formas principales de la vida cristiana, y cómo en todas nuestras relaciones con Dios reconocemos prácticamente a la Madre de Jesús una Mediación, adaptada a estas distintas relaciones.
Llegamos ahora a la exposición del último gran aspecto de la vida mariana: vivir y obrar para María.
También para este trabajo imploramos humildemente, por la intercesión de nuestro Padre de Montfort, la bendición materna de la Llena de gracia.
Aspecto importante
La finalidad es un aspecto importantísimo de nuestra vida moral. Los filósofos y los teólogos lo han constatado: de todas las causas que influyen en nuestras acciones, la causa final o meta que perseguimos es la más importante. Y es que ella pone en movimiento todas las demás energías, y les impone su dirección. Por el fin perseguimos y sobre todo damos valor a nuestros actos, que aunque en sí mismos puedan ya ser dignos de alabanza o de reprensión, reciben de modo principal su valor, tanto para el bien como para el mal, del fin hacia el cual los orientamos. Quien roba para cometer un pecado de impureza es más impúdico que ladrón, y quien vive pobremente para poder hacer buenas obras practica más la caridad que la pobreza.
Por eso no hay que extrañarse de que los autores de la vida espiritual hayan concedido una importancia tan grande a este punto, recomendando con tanta insistencia lo que llaman la pureza de intención, y volviendo sin cesar sobre esto, que todas nuestras acciones han de estar orientadas hacia Dios como hacia nuestro fin último y supremo, y que todas ellas, tanto exteriores como interiores, deben ser realizadas únicamente para mayor gloria de Dios. Por otra parte, este precepto nos ha sido inculcado repetidas veces por el Espíritu Santo mismo: «Ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios» .
Marializado por Montfort
En la edificación de su sistema de espiritualidad mariana, Montfort no descuidó este importante punto de vista de la vida cristiana. Mientras que la mayor parte de los devotos de la Santísima Virgen, incluso los mayores y más conocidos, dejan este aspecto en la sombra y no lo mencionan, el gran Apóstol de María reconoce a la Virgen la parte que le corresponde en el orden de la finalidad, y nos pide también que hagamos todas nuestras acciones para María, para su provecho y gloria, y que por consiguiente la tomemos como fin subordinado de toda nuestra vida.
En el «Tratado de la Verdadera Devoción» escribe: «En fin, es menester realizar todas las acciones para María. Pues, como uno se ha entregado totalmente a su servicio, es justo que se haga todo para Ella, como un criado, un siervo y un esclavo; no que se la tome por el fin último de nuestros servicios, que es Jesucristo solo, sino por el fin próximo, el centro misterioso y el medio fácil para ir a El» . Y en «El Secreto de María» podemos leer: «Es menester hacer todas las propias acciones para María, es decir, que siendo esclavo de esta augusta Princesa, es menester que no se trabaje más que para Ella, para su provecho y para su gloria como fin próximo, y para la gloria de Dios como fin último. En todo lo que se hace, hay que renunciar al amor propio, que se toma casi siempre por fin de manera imperceptible, y repetir frecuentemente desde el fondo del corazón: ¡Soberana querida, por amor vuestro voy aquí o allá, hago esto o aquello, sufro esta pena o esta injuria!» .
El hombre conoce y determina su fin
Todos sabemos lo que quiere decir hacer una cosa por un fin determinado. A diferencia de los seres inferiores, somos, como hombres, conscientes del fin que perseguimos en nuestras acciones. Tenemos incluso el poder de determinar el fin que vamos a alcanzar por nuestros actos. Un animal obra por puro instinto, come porque tiene hambre y se siente atraído por la comida, sin ser consciente del fin que persigue por esta acción, a saber, la conservación y el desarrollo de su vida. El hombre, también en esto, es muy superior a la bestia. No sólo es consciente del fin inmediato y más remoto a que apunta por sus actos, sino que también puede determinar y cambiar libremente la orientación de sus actos. Un hombre puede comer por gula, únicamente por el placer inherente a esta acción. Pero también puede hacerlo explícitamente para mantener su vida, reparar sus fuerzas y estar así en condiciones de cumplir bien su deber de cada día. Esta misma acción puede realizarla por un fin superior: por amor a Dios, a fin de ser capaz de trabajar para gloria de Dios y salvación de las almas, o sencillamente para glorificar a Dios y servirlo por medio de esta misma acción. Desde este punto de vista, es perfectamente normal que se nos pida hacer todas nuestras acciones para gloria y provecho de la Santísima Virgen. También es conforme a la línea de nuestra naturaleza humana que, en el orden de la finalidad, demos a nuestras acciones una orientación determinada.
Dios, fin último; María, fin subordinado
También debemos recordar que en una misma acción podemos perseguir varios fines a la vez, y que incluso podemos hacerlo sin disminuir la intensidad de nuestra tendencia a cada uno de estos fines, cuando están subordinados entre sí y uno de ellos puede ser considerado como medio para alcanzar el otro a modo de fin. Nuestro Padre de Montfort sugiere aquí la comparación muy justa de un viaje. Por ejemplo, quiero ir en bicicleta, en auto o a pie desde Lovaina hasta Bruselas; el camino de Bruselas pasa por Kortenberg. En este caso, es cierto que en la primera parte del viaje podré decir con verdad que voy a Kortenberg, aunque mi viaje apunte más bien a Bruselas, término de mi desplazamiento, que a Kortenberg, que sólo es una pausa intermedia para llegar a la capital.
San Luis María de Montfort nos pide que realicemos nuestras acciones a la vez para gloria de Dios y de su divina Madre; para Ella como fin inmediato y subordinado, y para Jesús y Dios como fin último y supremo.
El obrar para María como fin inmediato y secundario no me impide de ningún modo desear la mayor gloria de Dios y tender a ella por mi acción. En efecto, yo apunto a la glorificación y a las intenciones de la Santísima Virgen únicamente porque pueden favorecer y realizar la glorificación de Dios.
Podemos ir más lejos. Con nuestro Padre debemos mantenernos persuadidos de que el mejor medio, el más perfecto, el único en cierto sentido, de procurar la mayor gloria de Dios, es precisamente vivir y obrar para Nuestra Señora, por sus intenciones y para su provecho. Pues la Santísima Virgen sabe siempre cómo puede realizarse y obtenerse esta mayor gloria de Dios.
Nosotros, en nuestras oraciones, formulamos intenciones particulares. Las ofrecemos para lograr esta curación, esta conversión, esta gracia. Incluso cuando sabemos elevarnos por encima del círculo de nuestros intereses personales y de nuestro entorno, cuando formulamos intenciones «apostólicas» y por lo tanto ciertamente buenas, no estamos nunca seguros de que estas intenciones sean de hecho las mejores, las más urgentes, las más eficaces para promover el reino y la gloria de Dios.
Nuestra Señora, al contrario, conoce todo lo que sucede en el reino de Dios. Ella sabe dónde nuestras oraciones y sacrificios serán más útiles, dónde una decena del Rosario, o un simple Avemaría, o la menor buena acción, producirá los frutos más ricos para la salvación y santificación de las almas, y por ende para el reino y la gloria de Dios. Si le dejamos entera libertad de disponer de nuestros bienes espirituales, y si rezamos, trabajamos, sufrimos y vivimos fielmente por sus intenciones, podremos mantenernos tranquilamente seguros de que Ella sacará de nuestra pobre vida absolutamente todo lo que ella puede producir para gloria de Dios, para mayor gloria de Dios, fin último de la creación y de todas las obras divinas.