lunes, 8 de septiembre de 2008

Esta es la historia del mundo…



Esta es la historia del mundo…
En el famoso oráculo del Génesis, como hemos visto, Dios nos predijo la historia de las almas como siendo la lucha entre Satán y la Mujer, y entre sus descendencias respectivas. La historia del mundo ha sido eso, y lo será hasta el fin. Dos grandes signos reaparecen sin cesar en el cielo en cada fase de la historia humana: «la Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» , la Madre del «Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro» ; y enfrente de Ella «un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos…, cuya cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo…», el cual «se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz…», y no pudiendo hacerlo, «despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos» .
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Primer acto de esta inmensa tragedia . En lo más alto de los cielos el signo de la Mujer y de su Hijo es mostrado a Lucifer y a sus ángeles. Deben rebajar su grandeza en humilde adoración ante el Hijo, y someterse también al poder real y a la incomparable dignidad de la Madre. El horrible grito de rebeldía resuena entonces en el cielo: «Non serviam!: ¡No, no serviré!…». ¡Cómo! ¡Deshonrar nuestra soberbia naturaleza angélica rebajándola ante seres revestidos de la naturaleza humana, tan inferior a la nuestra! ¡No, jamás! Y la lucha gigantesca se entabla alrededor del signo de la Mujer y de su Hijo. «Miguel y sus Angeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Angeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus Angeles fueron arrojados con él» .
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Segunda fase de esta lucha mundial y secular: el Dragón, por medio de la serpiente, seduce y hace caer a la primera pareja humana, Adán y Eva, en el Paraíso terrenal. Satán se ríe sarcásticamente. Acaba de triunfar. Su envidia de la humanidad ha quedado satisfecha. Por un momento pensó haber vencido, en Adán y Eva, a la Mujer y a su Hijo. ¿Acaso no envenenó la raza humana en su misma fuente?… Su alegría malsana es de corta duración. Dios pone entonces el otro gran signo: la Mujer, que será pura enemistad contra él, y su Hijo, en quien y por quien la Mujer le aplastará la cabeza… Y este triunfo comienza al punto; pues por la fe y la esperanza en Aquellos que deben venir, Adán y Eva son purificados, santificados y salvados, y toda su descendencia, si está de buena voluntad, podrá salvarse, mientras espera su venida, en virtud de los méritos futuros pero ya previstos del Hijo y de la Madre. Y los siglos que se siguen son una larga y paciente espera, y también un anuncio y una descripción en profecías y en figuras, cada vez más completa y detallada, del Redentor y de la Corredentora, del Mediador y de la Mediadora, del Rey y de la Reina, cuyo reino ha de poner fin a la dominación de Satán.
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Tercera fase del gran drama: la vida terrestre de Jesús y de su Madre. La Mujer ha dado a luz a su Hijo. Por una persecución sangrienta, el Dragón trata de devorar a este Hijo. Pero Este es sustraído milagrosamente a su furor. Luego la lucha va a dormitar durante algún tiempo, hasta que, durante la vida pública de Jesús, vuelva a encenderse y se entable con la violencia más extrema. María, con su Hijo, toma una parte decisiva en la lucha. Ella permanece fielmente junto a El en la guerra contra la Serpiente. Ella sigue la táctica de Jesús, y se sirve de sus mismas armas: la humildad y la pobreza, el trabajo y la oración, y sobre todo el sufrimiento y la cruz. Y en la Cruz, en el Calvario, donde en principio se decide el desenlace de la lucha para gran deshonra de Lucifer, que creyendo vencer definitivamente, es vencido y derribado definitivamente en ese justo momento, María se mantiene al lado de su Hijo, no teniendo con El más que un solo corazón, una sola alma, un solo amor, una misma voluntad de sacrificio, y siendo con El una sola cosa para triunfar contra el Dragón, pero al mismo tiempo para recibir juntamente con El la punzante herida de su dolorosa Pasión por parte de la Serpiente, que por esta misma Pasión se ve humillada, derribada y aplastada…
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Cuarta fase de la batalla entre María y Satán. Por su gloriosa Ascensión el Hijo es «arrebatado hasta Dios y hasta su trono» . A Ella misma «se le dieron las dos alas del águila grande» , y por la Asunción Ella vuela a su lugar, a la radiante soledad del Paraíso, donde es alimentada con la Sustancia misma de Dios fuera del alcance de la Serpiente.
Entonces comienza, si se quiere, el cuarto período de esta maravillosa batalla: el Dragón, «despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» . Esto es, en resumen, lo que debe suceder hasta el fin del mundo bajo las más diversas formas, a un ritmo a veces vertiginoso, a veces más lento, pero en todo caso con una violencia que crecerá cada vez más hacia el fin, cuando el Dragón sepa «que le queda poco tiempo» . Esta es realmente la quintaesencia de la historia del mundo.
¡Fuera aquí toda estrechez y toda pusilanimidad! Aceptemos y admiremos las obras de Dios en su plena realidad y en toda su grandeza. Satán hace la guerra a las almas por odio contra Dios, es cierto, pero la Escritura constata que lo hace también por odio contra la Mujer, cuya descendencia ellas son, y contra la que él mismo no puede atentar. Y además, también es la Mujer quien, como hemos visto, sostiene y fortifica a sus hijos y los conduce a la victoria contra el Dragón. «Por Ti el Señor ha destruido a todos nuestros enemigos», canta la Iglesia. Y también: «Tú sola has destruido todas las herejías en el mundo entero». Su estandarte azul y blanco ondeó siempre por encima de los ejércitos fieles de Cristo Jesús.
Ella es quien inspiró el plan de batalla que la Iglesia, en el transcurso de las edades, concibió, adaptó, remodeló, aplicó. Ella es quien sostuvo a los predicadores del Evangelio, a los misioneros de todos los tiempos y de todos los continentes, desde los apóstoles hasta nuestros días. Ella es quien fortaleció el ánimo de los mártires de los primeros siglos, y los de todas las demás épocas en que Satán trató de ahogar en la sangre y ahorcar en los tormentos a la santa Iglesia de Dios. Ella tuvo una parte activa y pasiva, a menudo de manera evidente, en la lucha contra las grandes herejías, suscitadas por Eutiques, Arrio, Nestorio, Lutero y tantos otros. Y cuando el Islam intentó aniquilar el cristianismo, no por medio de sutilezas teológicas, sino a fuego y espada, y trajo a Europa las hordas de los Sarracenos y de los Turcos, es Ella, incontestablemente, quien frenó la marcha victoriosa del Islam, por las victorias de la católica España y del católico Portugal, por la victoria naval de Lepanto, por el triunfo de Juan Sobieski ante los muros de Viena, y por medio de otras grandes batallas .
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Hay fases de la historia del mundo en que la lucha se vuelve más feroz, y en que Satán intensifica sus esfuerzos por perder a las almas y frustrar la gloria de Dios. Hay tiempos en que la Serpiente levanta más audazmente su cabeza maldita y trata con mayor rabia de inocular su veneno mortal en el talón de la humanidad. Estemos persuadidos, como lo demuestran los hechos narrados anteriormente, de que la Mujer estará sobre aviso para hacer fracasar con redoblada vigilancia los esfuerzos siniestros del demonio, y asistir a sus propios hijos con un amor aún más firme y atento.
Nuestro tiempo merece el honor de ser considerado como un nuevo período en la lucha secular entre la Mujer y Satán. Nuestra época es la hora de Satán: el tiempo de las logias y de la francmasonería, del espiritismo y del luciferismo, del laicismo y del modernismo, del socialismo y del comunismo, de la desorganización de la familia y de la esterilidad culpable, de la perversión de las ideas y del desorden de las costumbres, cosas todas favorecidas por los modernos poderes de la prensa, del cine y de la radio. Pío XII constataba ya con el nacional-socialismo que la lucha contra la Iglesia había alcanzado un grado de violencia que jamás se había visto hasta entonces. El nazismo desapareció, y desapareció de manera sorprendente. Pero el Dragón tiene siete cabezas… Una de ellas ha sido abatida, pero en nuestros días se alza otra, más repugnante y peligrosa aún: el bolchevismo, el comunismo ateo y perverso, amenaza a Europa y al mundo. Y sus métodos son tan pérfidos y astutos, sus ataques tan universales y sus persecuciones tan temibles, que uno se pregunta si no nos encontramos ya ante la fase suprema de la lucha entre el cielo y el infierno. El futuro es tan amenazador que, humanamente hablando, se podría creer comprometido el triunfo final.
¡Temor vano! ¿Acaso no vemos que frente a estos ataques crecientes de Satán se perfila más netamente que nunca en el horizonte de la Iglesia la figura radiante y triunfal de la Mujer siempre victoriosa? ¡Por ser la época de Satán, nuestro tiempo es también la era de María! Este es el sentido de las manifestaciones más frecuentes de la Santísima Virgen, reconocidas por la Iglesia: La Salette, Lourdes, Fátima, Beauraing, Banneux, Siracusa. Jamás se vio nada semejante en el transcurso de la historia. Este es también el sentido de las encíclicas marianas de los Papas, del movimiento de María Mediadora, de los progresos increíbles de la Mariología, del movimiento de consagración a la Santísima Virgen, debido sobre todo a la influencia de los escritos de San Luis María de Montfort, movimiento coronado por uno de los mayores acontecimientos de la historia, la Consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María. Este es el sentido de los demás movimientos actuales de devoción mariana: la Cruzada del Rosario, las giras triunfales y beneficiosas de la «Virgen Peregrina» por el mundo, de la Legión de María, el sentido de nuestro movimiento mariano montfortano, tal vez el más importante en intensidad que haya en el mundo. Este es el sentido sobre todo de esta espléndida definición dogmática de la Asunción gloriosa de Nuestra Señora, que consagra oficialmente nuestra época como el siglo de María, y que la misma Liturgia nueva de este misterio señala como «el gran signo que aparece en el cielo». Y este es el sentido, además, del Año mariano, pedido —cosa inaudita en la historia— por Su Santidad Pío XII para conmemorar la definición gloriosa de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, y que terminó por un homenaje triunfal a la Realeza de María y la institución de esta fiesta, que debe celebrarse en toda la Iglesia.
Y por eso, a pesar de todos los peligros, a pesar de todas las amenazas, a pesar de todas las tristezas de la hora presente, hemos de mirar el futuro con confianza completa y serena. Y si realmente, como algunos hechos parecen indicarlo y algunas palabras pontificias parecen incluso decirlo, la fase final de las luchas formidables ya ha comenzado, no podrá terminarse más que por un triunfo total, y tal vez también rápido, de la Iglesia de Dios contra todas las fuerzas desencadenadas del infierno, y finalmente por el triunfo de la Mujer y de su Hijo.
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En todo caso, cuando vengan esos tiempos de falsos profetas y persecuciones terribles, el tiempo en que «el hombre de pecado, el hijo de perdición» aparezca en la tierra, y en que Satán, «sabiendo que le queda poco tiempo» , haga un esfuerzo formidable y supremo para establecer su reino de pecado contra el de Dios; cuando, instruido por una experiencia multisecular, produzca su obra maestra, en la que se reproducirá su manera de ser diabólica y se llevará a su apogeo su orgullo, su odio, su crueldad, su espíritu de mentira y su poder infernal; entonces ¡la Mujer estará allí!
Entonces, según las predicciones tan aceptables de San Luis María de Montfort, enfrente de este supremo despliegue de las fuerzas de su adversario eterno, Ella pondrá su obra maestra. Será la obra incomparable de la Mujer más dulce, de la Madre más amante, de la humildísima Esclava del Señor, de la riquísima Mediadora de todas las gracias, de la poderosa Santificadora de las almas, de la Exterminadora de las herejías y de los demonios, de la invencible Adversaria del infierno y del demonio: obra maestra de amor y de santidad, de humildad y de fortaleza, de santo odio contra Satán y su calaña. Serán los santos de los últimos tiempos, descritos por Montfort, que superarán de lejos en virtud y en gracia a la mayor parte de los demás santos. Serán grandes apóstoles, que superarán a todas las creaturas en celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas, en santa ira contra el demonio y el pecado. Obrarán grandes maravillas, y Dios pondrá en sus palabras una fuerza a la que nadie podrá resistir. Serán hijos y esclavos de amor de María, humildes y pequeños como Ella, pisoteados por el mundo como el talón; hijos y esclavos de amor de Nuestra Señora, elegidos y formados, llevados y alimentados, sostenidos y consolados por Ella, y también muy estrechamente unidos a Ella por una devoción perfectísima, y disponiendo así de su propio poder y fortaleza. Estos son los hombres, y tal vez también las mujeres, que han de venir para entablar con la Mujer la lucha final contra el demonio, y que han de llevar esta lucha hasta la victoria decisiva, hasta el triunfo total de Cristo por la conversión de los pecadores e impíos, de los herejes y cismáticos, de los Mahometanos, Judíos y paganos. Este será el reino espléndido de Dios, prometido en las Escrituras, y que será conquistado para Dios y para Cristo por la Mujer y su linaje .
Volvemos a decir que no sabemos si estos tiempos están próximos, o si ya han comenzado. Pero, si experimentamos que la lucha es terriblemente dura y se realiza la palabra del Apocalipsis: «¡Ay de la tierra y del mar! porque el Diablo ha bajado donde vosotros con gran furor» , ¡en todo caso nosotros ganaremos la batalla! La Mujer triunfará contra el comunismo, del mismo modo que Ella destruyó todos los errores, y tarde o temprano —el Sumo Pontífice parece creer en una victoria rápida— celebraremos con júbilo el cumplimiento de las consoladoras palabras que concluyen el terrible Mensaje de Fátima: «Al fin mi Corazón Inmaculado triunfará».
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Cerramos así nuestras consideraciones teóricas sobre un aspecto de la doctrina mariana demasiado poco conocido o tenido en cuenta. Estos pensamientos deberían decidirnos a colocarnos alrededor de Ella en la lucha por Dios y por las almas contra las potestades del infierno.
Pero no podemos terminar esta exposición sin elevar un cántico de alabanza y de acción de gracias hacia Aquella que, a través de todos los siglos, ha dirigido con tanta fortaleza y perspicacia la lucha por Dios, por Cristo y por su Iglesia. Con todo el amor y el entusiasmo de nuestro corazón, cantémosle con la Iglesia: «Tú eres la gloria de Jerusalén, tú la gran alegría de Israel, tú la suprema exaltación de nuestra raza. Pues mostrarte un alma viril, y tu corazón estuvo lleno de valentía… Por eso la mano del Señor te revistió de fuerza, y serás bendecida eternamente» .
Oh Madre amada, Mujer fuerte e invencible, a tu ejemplo, bajo tu conducta y con tu apoyo, queremos ir también nosotros a la batalla. Nosotros, que amamos lo que Tú amas, veneramos lo que Tú adoras, detestaremos también lo que Tú detestas y condenas, y combatiremos toda nuestra vida por lo que Tú combates. Estamos convencidos de nuestra debilidad y de nuestra inconstancia, y de la inutilidad de nuestros propios esfuerzos aislados. Pero con el Profeta de decimos: «Si venis mecum, vadam; si nolueris venire mecum, non pergam… Si vienes conmigo, voy; pero si no vienes conmigo, no voy al combate» . ¡Contigo y por Ti el triunfo es seguro; contigo y por Ti la victoria será nuestra!