lunes, 8 de septiembre de 2008



Serie ImmaculataAño Mariano 1953-1954



J. Mª Hupperts S.M.M.



Fundamentos y Prácticade laVida Mariana















Serie ImmaculataAño Mariano 1953-1954



J. Mª Hupperts S.M.M.



Fundamentos y Práctica de laVida Mariana

Todo de María Prólogo



† L. Suenens, vic. gen.Todo de María
Prólogo
Desde hace casi veinte años escribimos en cada número de nuestra modesta revista «Mediadora y Reina» un artículo sobre la vida mariana, tal como la propone San Luis María de Montfort en sus obras «Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen» y «El Secreto de María».
De muchos sacerdotes, religiosos y cristianos en el mundo hemos recogido frecuentemente el testimonio de que estas páginas les habían dado luz, aliento y alimento espiritual. Además, de muchas partes, aun de parte de nuestros Superiores, nos habían pedido recopilar y publicar estos artículos en un volumen.
Las ocupaciones apremiantes de cada día nos hicieron postergar esta publicación hasta ahora.
Pero el año mariano (8 de diciembre de 1953 — 8 de diciembre de 1954) ofrece una ocasión para publicar estas páginas, ocasión demasiado hermosa y preciosa como para dejarla escapar.
Esta edición será, pues, nuestro humildísimo, respetuosísimo y afectuosísimo homenaje a Aquella a cuyo servicio hemos entregado nuestra vida. Será también nuestro modesto regalo de fiesta a la Santísima Virgen, con motivo del centenario de la definición dogmática de su Concepción Inmaculada.
Este trabajo apunta a exponer la excelente devoción mariana de nuestro Padre espiritual, San Luis María de Montfort.
La exposición trata de ser lo más sencilla posible, a fin de hacerse accesible en su mayor parte a todos cuantos no poseen una formación más acabada. Pero al mismo tiempo pretende ser sólida y profunda, para que los sacerdotes, religiosos y seglares instruidos encuentren en ella su provecho espiritual.
Todas las proposiciones adelantadas aquí han sido debidamente controladas a la luz de la Mariología, cuyos progresos maravillosos admiramos.
Al obrar así seguimos el ejemplo de nuestro Padre, que confronta siempre sus prácticas marianas con los datos de la Escritura, de la Tradición y de la Teología. En estos últimos tiempos se ha creído poder escribir, y ello más de una vez, que la «verdadera Devoción» de Montfort era una «experiencia personal», que sería peligroso, e incluso contraproducente, generalizar. Quienes así escriben se equivocan . Al contrario, Montfort se preocupa siempre de deducir su práctica mariana del dato revelado, de la Mariología, de toda la doctrina de la Iglesia. Quien quiera convencerse de ello, lea por ejemplo su tratado condensado del papel de la Santísima Virgen en la economía de la salvación, «Tratado de la Verdadera Devoción», números 14-38 y 60-88, y «Secreto de María», números 7-23.
Imitando a San Luis María, no queremos ser minimalistas en el ámbito de la doctrina mariana, ni formar parte de los devotos «escrupulosos» o «críticos» de la Santísima Virgen, de que habla a propósito de las falsas devociones marianas . Estos últimos ven merodear por todas partes el espectro del exceso, de la exageración, de los abusos. Igualmente, a ejemplo de Montfort, no expondremos únicamente consideraciones sobre verdades marianas definidas, ni sobre puntos de doctrina establecidos con total certeza. Si se quisiese aplicar este método a otras secciones de la ascética cristiana, sería preciso desgarrar o quemar las tres cuartas partes de nuestros libros más serios de espiritualidad. Para la vida mariana como para la vida espiritual en general, podemos apoyarnos perfectamente en consideraciones de probabilidad seria. Especialmente nos apoyaremos con seguridad en la palabra de los obispos, y sobre todo de los Sumos Pontífices, incluso cuando estos no hayan querido dirimir definitivamente una cuestión.
¿Será preciso añadir a lo que acabamos de decir, que nuestras consideraciones, tanto teóricas como prácticas, dejan intacto todo el tesoro de la doctrina y de la ascética cristiana general? ¿Añadir también que toda devoción mariana debe ser cristocéntrica, teocéntrica, de manera que no sólo lleve a la unión con Cristo y con Dios como a su fin, sino que además esté habitualmente impregnada del pensamiento actual de Cristo y de Dios? Recordaremos esto frecuentemente. Pero hacerlo a cada momento sería imposible, molesto e inútil para las almas de buena voluntad. Damos aquí una especie de manual de la vida mariana. Al fin de esta serie examinaremos ex professo cómo insertar estas actitudes en las prácticas habituales de la vida cristiana. Pero exigir, como algunos parecen hacerlo, que recordemos a cada instante esta conexión, y que situemos sin cesar todas nuestras consideraciones en el conjunto de la doctrina y de la vida cristiana, equivaldría a ahogar el aspecto mariano, que es el que aquí queremos resaltar. Además, mucho es de temer que estas exigencias, tal vez inconscientes, sean una manifestación más de la devoción mariana «escrupulosa».
Pocas cosas hemos cambiado a los artículos, tal como aparecieron en «Mediadora y Reina». Los hemos hecho preceder de una mirada de conjunto sobre el misterio de María, y de algunas páginas sobre las cualidades que ha de tener nuestra devoción mariana para responder plenamente al plan de Dios en este punto. Creemos que estas exigencias se realizan en un cien por ciento en la vida mariana, tal como nos la expone Montfort. Recordamos también, no está de más decirlo, las enseñanzas de Su Santidad Pío XII sobre la consagración y la vida mariana, enseñanzas que son posteriores a los artículos que reproducimos aquí. Nos ha parecido preferible reunir estas enseñanzas en un capítulo especial, antes que dispersarlas a través del volumen.
Tratamos aquí de la enseñanza mariana de San Luis María de Montfort. De diferentes partes se ha reclamado para otros escritores, anteriores a él, el honor de haber presentado la síntesis de la vida mariana. Nos alegraríamos sinceramente si así fuera. Pero tanto como podemos juzgarlo por los datos que poseemos actualmente, no es así. En ninguna parte se encuentra este sistema de espiritualidad mariana, con sus bases doctrinales, su práctica fundamental de la consagración total, y las aplicaciones, consecuencias y actitudes diversas que deben ser la consecuencia de este gran acto. Lo cual no daña, por otra parte, a la «tradicionalidad» de la vida mariana montfortana, ya que es indudable que todos los elementos de esta espiritualidad se encuentran en los Padres, en los Doctores y en los escritores católicos anteriores a Montfort, aunque dispersos y sin coordinación. Y lo que en ningún caso se podría contestar al gran Apóstol de María, es que fue elegido por Dios para difundir en su Iglesia la respuesta ideal del alma al plan de redención y de santificación, libremente elegido por El.
Por lo que se refiere a la manera de presentar esta recopilación, nos ha parecido preferible, por más de un motivo, subdividirlo en una serie de pequeños volúmenes, de tamaño portátil, que esperamos publicar sucesivamente en las principales fiestas de Nuestra Señora en el transcurso del año mariano.
¡Descanse sobre esta publicación, según el pedido que hemos hecho a nuestro Padre, la bendición de la dulce Virgen! La bendición de la Virgen es la de Dios, condición indispensable para el éxito y la fecundidad de toda empresa sobrenatural que tiende al bien de las almas, para la mayor gloria de Dios.

Pío XII y la Consagración a la Santísima Virgen



Pío XII y la Consagracióna la Santísima Virgen
Cuando, a partir de 1936 y los años siguientes, escribíamos los artículos que aparecen hoy en un volumen, la consagración mariana montfortana era en suma una devoción privada. Sin duda varios Papas, como San Pío X, Benedicto XV y Pío XI, habían hecho esta consagración y la habían recomendado. Pero difícilmente se hubiese podido hablar de una aprobación pública y oficial.
Desde entonces se produjo a este respecto un cambio importantísimo: la consagración a la Santísima Virgen es de ahora en más una manifestación de la devoción mariana en la Iglesia.
Hubo primero la consagración, por Su Santidad Pío XII, de la Iglesia y de todo el género humano a la Santísima Virgen, al Corazón Inmaculado de María, el 31 de octubre de 1942, en el transcurso de un mensaje radiofónico al pueblo portugués reunido en Fátima, consagración renovada luego en una grandiosa ceremonia en San Pedro de Roma, el 8 de diciembre siguiente. El Santo Padre decía en ella:
«Reina del santísimo Rosario, Auxilio de los cristianos, Refugio del género humano, Triunfadora en todos los combates de Dios…, Nos, como Padre común de la gran familia humana y como Vicario de Aquel a quien todo poder ha sido dado en el cielo y en la tierra, y de quien Nos hemos recibido el cuidado de todas las almas redimidas con su Sangre que pueblan el universo, a Vos, a vuestro Corazón Inmaculado…, Nos confiamos y Nos consagramos, no sólo en unión con la santa Iglesia, Cuerpo místico de vuestro amado Jesús…, sino también con el mundo entero… De igual modo que al Corazón de vuestro amado Jesús fueron consagrados la Iglesia y todo el género humano…, así igualmente nosotros también nos consagramos perpetuamente a Vos, a vuestro Corazón Inmaculado, ¡oh Madre nuestra, Reina del mundo!, para que vuestro amor y vuestro patrocinio apresuren el triunfo del reino de Dios, y que todas las naciones, puestas en paz entre ellas y con Dios, os proclamen bienaventurada y entonen con Vos, de un extremo al otro del mundo, un eterno Magnificat de gloria, amor y agradecimiento al Corazón de Jesús, el único en el cual ellas pueden encontrar la Verdad, la Vida y la Paz».
El 1 de mayo de 1948 apareció la Encíclica mariana Auspicia quædam, un documento oficial y universal, en el cual se recuerda enérgicamente la consagración de la Iglesia y del mundo efectivamente renovada, y se expresa el deseo de que todos, por una consagración privada y colectiva, adhieran a este gran acto:
«Deseamos que todos la hagan cada vez que una ocasión propicia lo permita, no solamente en cada diócesis y en cada parroquia, sino también en el hogar doméstico de cada uno; pues Nos esperamos que gracias a esta consagración privada y pública, se nos concederán más abundantemente los beneficios y dones celestiales».
Por estos actos solemnes la consagración a la Santísima Virgen ha entrado definitivamente en el culto oficial de la Iglesia. Las consideraciones que van a seguir adquieren de ahora en adelante una mayor actualidad.
El Papa actualmente reinante fue aún más lejos. Definió —esta vez en alocuciones pronunciadas en un círculo más restringido, es cierto— de qué modo debe ser comprendida, hecha y vivida esta consagración.
El 22 de noviembre de 1946 el Santo Padre recibe en audiencia a un cierto número de dirigentes y de participantes de la «Gran Vuelta», esta marcha triunfal de Nuestra Señora de Boulogne a través de Francia, a cuya ocasión los fieles eran invitados a consagrarse a la Santísima Virgen. El Santo Padre les da formalmente una consigna y se expresa así:
«Sed fieles a Aquella que os ha guiado hasta aquí. Haciendo eco a nuestro llamado al mundo, lo habéis hecho escuchar alrededor vuestro; habéis recorrido toda Francia para hacerlo resonar, y habéis invitado a todos los cristianos a renovar personalmente, cada cual en su propio nombre, la consagración al Corazón Inmaculado de María, pronunciada por sus Pastores en nombre de todos. Habéis recogido ya diez millones de adhesiones individuales, resultado que nos causa gran gozo y despierta en Nos gran esperanza.
Pero la condición indispensable para la perseverancia en esta consagración es entender su verdadero sentido, captar todo su alcance, y asumir lealmente todas sus obligaciones. Volvemos a recordar aquí lo que Nos decíamos sobre este tema en un aniversario muy querido a Nuestro corazón: La consagración a la Madre de Dios… es un don total de sí, para toda la vida y para la eternidad; no un don de pura forma o de puro sentimiento, sino un don efectivo, realizado en la intensidad de la vida cristiana y mariana» .
Estas palabras son para nosotros sumamente alentadoras y preciosas, ya que constituyen incontestablemente una aprobación de la consagración mariana en el sentido montfortano. No pretendemos de ningún modo que por ellas Pío XII aconseje formalmente el acto de la santa esclavitud, con el abandono a la Santísima Virgen del derecho de disponer de nuestras oraciones, de nuestras indulgencias y de todo el valor comunicable de nuestras buenas obras. Pero veremos por lo que sigue que los artículos que reproducimos y que fueron escritos mucho antes de esta fecha, tenían por adelantado como título cada una de las palabras pontificias que definían el acto de consagración mariana.
Finalmente, la consagración mariana montfortana, tomada en toda su acepción y en toda su extensión, fue oficialmente aprobada por el Santo Padre en las «Cartas Decretales» que promulgan la canonización de San Luis María de Montfort. Pío XII habla en ellas de «la devoción ardiente, sólida y recta» que el gran apóstol alimentaba hacia Nuestra Señora, y que fue el secreto tanto de su santidad como de su incomparable apostolado; y llama a esta devoción por su nombre: «la noble y santa esclavitud de Jesús en María». Roma locuta. El Papa ha hablado. Que se escuche simplemente su palabra. Esta palabra, evidentemente, confiere una nueva fuerza a las consideraciones que vienen a continuación. ¡Ojalá sea también para ellas una prenda de bendición y de fecundidad!