lunes, 8 de septiembre de 2008

Nuestra elección



Nuestra elección
Jesús y el mundo
Con infinito respeto debemos escuchar ahora lo que Jesús dice del mundo corrompido y malvado. Debemos meditar seriamente su enseñanza sobre este punto, y hacerla totalmente nuestra.
1º «Yo no soy de este mundo» . Jesús estaba en el mundo, pero no era del mundo, no pertenecía a este mundo de perversión. Muchas veces repitió estas palabras.
Señor, para nosotros basta. Queremos estar donde Tú estás, porque Tú eres el verdadero Camino y la Vida verdadera. No podríamos vivir sin Ti: si Tú no eres de este mundo, nosotros tampoco podemos ni queremos pertenecerle.
2º «No rezo por el mundo» . ¡Qué terrible palabra, Señor! Tú que trataste con tanta bondad a los pecadores, Tú que no esquivaste tu rostro al infame beso de Judas, Tú que rezaste por los verdugos que te torturaban… te niegas a rezar por el mundo. Porque se encuentra totalmente obstinado en el mal, como los demonios y condenados. ¡Qué espantoso es, Jesús, ser excluido de tu oración, la única que puede salvarnos! ¡Qué espantoso es pertenecer al mundo, que es el reino del Maligno, que es el Maligno mismo!
3º «El mundo me odia, porque Yo doy testimonio de que sus obras son malas» . El mundo te odia, Maestro adorado, a Ti que eres la Belleza y la Perfección misma. La mayor desgracia, la sola desgracia en suma que pueda sucedernos en esta vida y en la otra, es la de odiarte, a Ti que eres digno de todo amor. ¡Presérvanos, Señor, de esta espantosa desgracia!
4º «¡Ay del mundo por los escándalos!» . Esta palabra es una amenaza, una condenación y en suma un anatema lanzado contra el mundo. Odiarte, Jesús, y llevar tu maldición es la suerte de los condenados en el infierno. Vimos una vez a una persona retorcerse de dolor porque cargaba con la maldición de su padre, que no había merecido de ningún modo. ¡Quién no se espantará ante el pensamiento de ser digno de tu maldición, cuando Tú eres quien por tu bendición lo mantienes todo en la existencia y en la vida!
5º «Tened confianza: Yo he vencido al mundo… Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia Mí» . Jesús, Tú entablas la lucha contra el mundo, contra Satán disfrazado. Tú lo vencerás, Tú lo aplastarás… Tú lo echarás afuera para siempre, allí donde hay llanto y rechinar de dientes. ¡Señor, esta palabra es para nosotros una alegría indecible! ¡Cómo deseamos que la humanidad se desprenda del abrazo mortal de Satán y sea atraída irresistiblemente hacia Ti, que eres la paz y el gozo! ¡Confiamos en tu fuerza, en Ti, el Todopoderoso! Y también ¡qué alegría para nosotros poder contribuir a esta victoria! El discípulo que Tú amabas lo dijo claramente: «Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo» . Tú, Señor, has nacido del Padre, pero nosotros también, por Ti y en Ti: ¡y así nuestro triunfo es seguro!
De todo lo que hemos dicho se desprende neta e ineluctablemente esta conclusión: que es imposible pertenecer a Jesús y al mundo. Tenemos que elegir entre los dos: o uno u otro, pero no uno y otro a la vez. Lo que algunos intentan realizar, a saber, conciliar el espíritu del Evangelio con el espíritu del mundo, es sencillamente monstruoso. «Si alguno ama al mundo», dice San Juan, «el amor del Padre no está en él» . «¿No sabéis que la amistad con el mundo», dice a su vez el apóstol Santiago, «es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios» .
Tenemos que elegir.
La Santísima Virgen y el «mundo»
Hemos descrito precedentemente a la Santísima Virgen como la encarnación y personificación del odio a Satán y al pecado. Pero como el mundo es la iglesia y el reino del demonio, su máquina de guerra más formidable, su arsenal inagotable y el medio por excelencia de sus victorias, no es difícil imaginar qué actitud de odio, de lucha y de victoria tiene la Mujer con ese mundo corrompido. Ella aborrece y combate al mundo así como tiene aversión a Satán, es decir, así como ama a Dios, a Jesús y a las almas.
Y como en el mundo tenemos a Satán en la perfección de su astucia mentirosa, estemos bien convencidos de que la Santísima Virgen ha recibido una gracia especial —que comunica a sus fieles hijos y esclavos— para desenmascarar sus ardides, detectar sus trampas, desbaratarlas y hacerlas fracasar. Ella tendrá un cuidado especial en preservar de las mentiras e ilusiones del demonio a quienes le pertenecen. «Allí donde está María, allí no está el espíritu maligno», dice nuestro Padre .
Un hijo de María no es hijo del mundo. Nuestra Señora hará pasar en su corazón su odio y aversión a este mundo perverso. Ella le hará discernir este espíritu del mundo donde quiera se deslice, como la víbora se oculta en una mata de flores.
¡Y el esclavo de amor de Nuestra Señora!… ¿Se comprende ahora que una aversión más profunda por el mundo debe arder en el corazón de quien quiere darse enteramente a Jesús y a María? ¿Se comprende que el menor resto de espíritu mundano, de mentalidad mundana, de costumbres mundanas, o la más mínima concesión a las prácticas y hábitos del mundo pervertido, es un hurto cometido a costa de nuestra donación total, y un impedimento a la pertenencia realmente total a Jesús y a María? ¿Y que toda nuestra donación reposa sobre nuestro desprendimiento del mundo como una casa en sus cimientos?
Por eso no debemos admirarnos de que el desprecio y odio del mundo vuelvan tan frecuentemente bajo la pluma de Montfort; de que nos haga pedir «el desprecio del mundo» como fruto de la 8ª decena del Rosario; de que establezca este odio y desprecio como una de las prácticas características de la santa esclavitud ; de que nos presente, no sólo a «los apóstoles de los últimos tiempos» sino a todo este «gran escuadrón de bravos y valientes soldados de Jesús y de María» que prevé como fruto de la práctica de su perfecta Devoción, combatiendo con todas sus fuerzas «al mundo, al diablo y a la naturaleza corrompida, en los peligrosos tiempos que van a llegar más que nunca» .
Una idea más, que es como la contraprueba de lo que acabamos de recordar. Si lo que acabamos de escribir es cierto, quienes más han vivido en intimidad con la Santísima Virgen deben tener también una parte selecta en su aversión y en la de Jesús por el mundo corrompido.
San Juan vivió largos años en contacto inmediato con la santísima Madre de Jesús. ¿Será casualidad que casi todos los textos evangélicos que nos describen la actitud de Jesús para con el mundo nos hayan sido conservados por San Juan, y que ningún otro apóstol, o casi, vuelva tan frecuentemente como él, en sus exhortaciones personales, sobre la malicia y falsedad del mundo?
¿Será también casualidad que San Luis María de Montfort, nuevo Juan, que no ha sido tal vez superado nunca por nadie en amor e intimidad con Nuestra Señora, tampoco haya sido tal vez igualado o superado por nadie en celo por evitar el espíritu del mundo y combatirlo a ultranza, para imponer también a los demás esta regla de conducta hacia todo lo que se resiente de la mentalidad y de las prácticas del mundo?
Nuestra elección
Es impresionante la descripción que San Luis María de Montfort hace en su «Carta Circular a los Amigos de la Cruz» de los dos campos entre los que debemos elegir. Hace desfilar ante nuestros ojos los dos ejércitos. A derecha está el del Salvador… El mismo va a la cabeza, con los pies desnudos y cargando con la pesada Cruz, y con El está un puñado de los más bravos soldados, para seguir el camino estrecho que sube al cielo. A izquierda se apretuja el inmenso y brillante ejército de los mundanos, que por el camino ancho corre a la perdición…
Jesús nos dirige entonces su llamamiento conmovedor: «¿También vosotros queréis abandonarme?». ¿Queréis dejarme huyendo de la cruz como los mundanos, que son otros tantos Anticristos, «Antichristi multi»?
No dudemos un solo instante. ¡Nuestra elección ya está hecha!
La naturaleza podrá gemir y quejarse al pensamiento de lo que Jesús nos pedirá. Pero la voluntad, el amor, el alma será más fuerte que la carne. ¡Renunciamos al mundo, a sus vanidades y a su concupiscencia!
El mundo no puede satisfacernos, llenar nuestro corazón, apagar nuestra sed de felicidad verdadera… ¡No deja en definitiva más que vacío, decepción y amargura!
La Iglesia de Cristo, cierto, es militante y sufriente; pero también triunfante. Y esto es lo que Satán no ha podido simular o imitar: él no tiene iglesia jubilosa, triunfante. El mundo, en definitiva, es el infierno, ya que este es su fruto y su resultado. ¡El infierno: este es el verdadero reino del pecado, de la malicia, de Satán!
Mas nuestra elección no viene dictada tanto por el temor como por la caridad. ¡Y nuestro amor es María, es Cristo, es Dios! ¡Odiamos y maldecimos al mundo, porque con todas nuestras fuerzas amamos a Jesús y a María!
¡Renunciamos al mundo!
Estando en el mundo, no queremos pertenecer al mundo maldito: Madre amadísima y Rey nuestro adorado, consideradnos como vuestros. ¡Somos vuestros hijos, vuestros esclavos, vuestros apóstoles!
En la luz y con el apoyo de vuestra gracia queremos «conservarnos incontaminados de la malicia y de la corrupción del mundo» .
El mundo está crucificado para nosotros, y nosotros para el mundo . Estamos muertos para él, y él no existe para nosotros.
Prometemos combatir con toda nuestra energía la influencia perniciosa del mundo, y esperamos también, apoyados no en nuestra debilidad, sino en vuestra fortaleza invencible, tener parte y contribuir a vuestra infalible victoria.
Jesús, Madre amadísima, entre los mundanos, entre vuestros enemigos, hay algunos que se distinguen de los demás por su odio más feroz y por su corrupción más diabólica. Si se pronuncia vuestro nombre, si se topan con uno de vuestros emblemas, si se encuentran con uno de vuestros sacerdotes, se llenan de rabia, vomitan blasfemias y os llenan de injurias y escupitajos. ¡Toda su vida está puesta al servicio del mal, del pecado, del Anticristo!
Señor, divina Madre, ¿será presunción de nuestra parte? Querríamos ser para Ti, apoyados en tu gracia, lo que en el campo adversario son contra Ti los mundanos más corrompidos, los libertinos más desenfrenados, los francmasones más obstinados, los infieles más tercos, los persecutores más rabiosos, los bolcheviques más endiablados:
¡Un odio vivo y ardiente de Satán, del mundo y del pecado!
¡Un amor inflamado por Ti y por tu santa Madre!
¡Una aclamación incesante de tu grandeza y de tu bondad!
¡Una aspiración sin fin a tu triunfo y a tu Reino!
Querríamos resumir nuestra vida entera en un solo grito, en un solo lema, en el que se fusionen tres palabras tuyas y de tu Madre incomparable:
Ecce Ancilla Domini!Magnificat anima mea Dominum!Adveniat regnum tuum!
¡He aquí la Esclava del Señor!¡Engrandece mi alma al Señor!¡Venga a nosotros tu Reino!