lunes, 8 de septiembre de 2008

“Sometidos a toda potestad”



"Sometidos a toda potestad"
Un esclavo de amor debe ser un modelo de sumisión a toda autoridad legítima.
Tal es claramente el deseo ardiente y la voluntad formal de su Madre y Reina amadísima.
Incluso podemos considerar a quienes están revestidos de la autoridad, natural o sobrenatural, como representantes y plenipotenciarios de Jesús ante nosotros, y también de su santísima Madre.
De todo esto nos hemos convencido en las consideraciones precedentes.
Nos someteremos, por lo tanto, a toda autoridad legítimamente establecida, o como dice San Pablo, a «todas las autoridades superiores» .
El Apóstol nos indica claramente también cuáles son estas autoridades.
Para saber a quién debe obedecer el esclavo de Jesús en María, basta repasar y meditar las palabras preciosas del mayor discípulo de Jesús, acordándonos de que a estos preceptos les concede grandísima importancia, puesto que los vuelve a dar, casi textualmente, en varias de sus epístolas.
Por lo tanto, si queremos ser verdaderos servidores de amor de Jesús y de María, nos es preciso «estar sometidos a las autoridades superiores, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden establecido por Dios» , y resiste a la voluntad de nuestra gloriosa Soberana.
Por eso, servidores, obreros, empleados y todos los que os encontráis bajo la autoridad de un amo o ama cualquiera, si queréis ser verdaderos esclavos de Nuestra Señora, «obedeced a vuestros amos de este mundo con respeto y temor, con sencillez de corazón, como a Cristo» y a Nuestra Señora misma; «no por ser vistos, como quien busca agradar a los hombres», lo cual sería degradante, «sino como esclavos de Cristo» y de María, «que cumplen de corazón la voluntad de Dios; de buena gana, como quien sirve al Señor» y a su divina Madre, «y no a los hombres» .
«Hijos», ¿queréis conduciros como verdaderos esclavos de Jesús en María?: «obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor» , y a su benditísima Madre.
Y vosotras, mujeres cristianas, que estáis contentas y orgullosas de ser esclavas de amor de la santísima Madre de Dios, «sed sumisas a vuestros maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia… Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo» . ¡Qué manera maravillosa de sobrenaturalizar la dependencia de la mujer! ¡Qué aliento para ella, en orden a cumplir este difícil deber! Y en la autoridad de vuestros esposos, podéis respetar, amar y aceptar también, como hemos probado, la autoridad de la Santísima Virgen, vuestra Madre y Señora.
Y nosotros todos, si queremos conducirnos como verdaderos esclavos de Dios y de su gloriosísima Madre, tendremos que mostrarnos dependientes de toda autoridad civil legítima; tendremos que estar sometidos, como dice San Pedro, «a toda autoridad humana a causa del Señor: sea al rey, como soberano, sea a los gobernantes, como enviados», esto es, como detentores subalternos de la autoridad; «pues esta es la voluntad de Dios» y de su santísima Madre.
San Pablo desarrolla este pensamiento. Cada detentor de la autoridad, dice, «es para ti un servidor de Dios para el bien… Por tanto, es preciso someterse, no sólo por temor al castigo, sino también en conciencia. Por eso precisamente pagáis los impuestos, porque son ministros de Dios… Dad, pues, a cada cual lo que se debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor» .
Las autoridades civiles legítimas, ministros de Dios, son también ministros de María. No se podría subrayar lo bastante este precepto de la sumisión a la autoridad civil legítima, no únicamente en un espíritu de temor, como se practica demasiado frecuentemente, porque se teme la multa o la prisión, sino en conciencia, por deferencia a la autoridad de Dios, y también de su santísima Madre. Esta obediencia, ciertamente, no es ni deshonrosa ni degradante, pero ¡qué rara, por desgracia!
Por lo tanto, cristianos, seamos sobrenaturales, verdaderos esclavos de Jesús en María, en el cumplimiento de nuestros deberes cívicos, de estos deberes a veces tan poco atractivos y en apariencia tan ajenos a nuestra santa esclavitud de Jesús en María, pero tan vinculados a ella en realidad, como la obediencia a las leyes, el pago de los impuestos, etc. Tenemos que integrar el cumplimiento de estos deberes en nuestra vida cristiana y en la práctica de nuestra santa y noble esclavitud.
Y nosotros todos, si queremos ser verdaderos esclavos de la Santísima Virgen María, deberemos sobre todo ser sumisos a la autoridad sobrenatural, religiosa, eclesiástica: «Obedeced a quienes os dirigen y someteos a ellos, pues velan sobre vuestras almas como quienes han de dar cuenta de ellas, para que lo hagan con alegría y no lamentándose, cosa que no os traería ventaja alguna» .
Esta obediencia es la más preciosa, la más indispensable.
Esclavos de Nuestra Señora, vivid filialmente sometidos a Cristo y a su divina Madre en la persona del Papa, de los obispos. Pedimos instantemente a nuestros esclavos de amor una obediencia total, respetuosa y confiada a la autoridad episcopal, al clero parroquial, al propio confesor y director, y a quienes, en el detalle, les manifiestan y transmiten los deseos y voluntades de Nuestra Señora.
Insistimos también en que los religiosos, esclavos de la Santísima Virgen, sobre todo aquellos para quienes la perfecta Devoción parece ser más especialmente la forma preferida de vida espiritual, sean en sus comunidades modelos de docilidad y de dependencia total e incondicional. Ellos deben esmerarse más que nadie en ver en sus Superiores y en su santa Regla al órgano auténtico de la voluntad de su Madre y Señora amadísima sobre ellos.
La verdadera obediencia es algo raro y difícil. Pero por mucho que nos cueste, queremos vivir nuestra santa esclavitud de amor por la dependencia fiel respecto de toda potestad establecida por Dios para regirnos.
«El hombre obediente», dice la Escritura, «cantará victoria» .
¡Ojalá también nosotros, esclavos de Jesús en María, por medio de una dependencia escrupulosa respecto de toda autoridad verdadera, alcancemos y cantemos victorias múltiples y brillantes por Cristo, nuestro Rey, y por María, nuestra Reina