lunes, 8 de septiembre de 2008

“Permaneced en Mí y Yo en vosotros”



"Permaneced en Mí y Yo en vosotros"
Para comprender mejor la vida de unión entre la Santísima Virgen y nosotros, la hemos comparado a las relaciones mutuas que los ángeles y bienaventurados tienen entre sí en el cielo. Pero sobre todo debemos cotejarla con la «permanencia» de Cristo en nosotros y de nosotros en Cristo, de que El nos ha hablado repetidas veces y dicho cosas maravillosas y conmovedoras.
Ante todo una observación. Se trata aquí de nuestra unión a Cristo en cuanto Hombre, ya que en la alegoría de la vid de que hablaremos más lejos, El se distingue netamente del Padre, es decir, su Humanidad de su Divinidad, puesto que dice: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador» . La misma observación vale, evidentemente, para los demás textos que vienen a continuación.
Jesús habló por primera vez de esta unión al anunciar el misterio de la Sagrada Eucaristía, de la sagrada Comunión, que es como una fusión de un tipo especial con Cristo, pero que tiene por efecto una unión estable y permanente: «Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, en Mí mora y Yo en él» . El mismo indica cuál es el fundamento y la razón de ser de esta unión, a saber, una influencia constante que El ejerce sobre nosotros y por la cual nos comunica e infunde incesantemente la vida de la gracia: «Así como Yo vivo por el Padre, así también quien me come vivirá por Mí» . Por lo tanto, estamos en El y El en nosotros, porque vivimos de El y por El, y El nos comunica la vida de la gracia por un influjo constante de su santa Humanidad sobre nosotros. Es, pues, una unión espiritual muy profunda y estrecha. Este es el lazo principal que nos une a El.
Jesús vuelve sobre esta unión maravillosa entre El y nosotros especialmente en su discurso de despedida a los apóstoles en la última Cena, discurso en el que recopiló y condensó todo lo que su doctrina tiene de más hermoso, de más conmovedor, de más elevado. El Espíritu Santo es quien, al descender sobre ellos, les hará comprender estas magníficas verdades: «En ese día comprenderéis que Yo estoy en mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros» . Es evidente que esta unión se realiza por la gracia santificante, que Cristo les comunica y que los hace semejantes a Aquel que posee en sí mismo la plenitud de la Divinidad: «Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como Nosotros somos uno: Yo en ellos y Tú en Mí, para que sean consumados en la unidad» .
Viene luego esta espléndida alegoría, tal vez la más bella que jamás haya sido propuesta: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos» . Estos sarmientos están unidos a la vid, y la vid sostiene a los sarmientos. Unión estrecha, íntima, profunda, sí, verdadera unidad de la cepa y de las ramas. Las ramas viven del tronco y le están unidas mientras absorben la savia vivificante de la cepa y se alimentan de ella; pero apenas dejan de absorber estos jugos vitales, dejan de pertenecer a la cepa, se secan, caen o son cortados, y se los echa al fuego. Esta es la alegoría de la unión de Cristo con los suyos. La permanencia de Cristo en nosotros y de nosotros en Cristo vuelve cinco o seis veces en esta alegoría: «Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en Mí… El que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto… Si alguno no permanece en Mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca… Si permanecéis en Mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis» . Y la apremiante y tan dulce exhortación: «¡Permaneced en Mí, como Yo en vosotros!» .
San Pablo, bajo la inspiración del Espíritu de Dios, dará vida a otra imagen de esta sublime verdad en el pensamiento y en el corazón de los cristianos: Cristo es la Cabeza, y nosotros sus miembros; El y nosotros estamos unidos estrecha y vitalmente en la unidad del Cuerpo místico. La Cabeza forma una sola cosa con los miembros, y los miembros con la Cabeza, por todo el tiempo en que los miembros reciben la influencia vivificante de la Cabeza. Cuando esta influencia se detiene, o cuando ya no es recibida o captada, la sangre se paraliza, la vida se para, el miembro se corrompe, cae y se separa. Se nos sigue proponiendo la misma verdad, pero bajo otra forma: somos uno con Cristo por la influencia vivificante e incesante que El ejerce sobre nosotros.
«
La Santísima Virgen es el Cuello del Cuerpo místico de Cristo, por el que se transmiten las influencias vivificantes de la Cabeza a los miembros, y al que los miembros están estrechamente unidos… Igualmente, la Santísima Virgen es como el Nudo vital de la Vid, que une la Cepa a los Sarmientos, y a través del cual la savia del Tronco es dirigida y canalizada hacia los diferentes Sarmientos. Nuestra unión a la Santísima Virgen, Madre de la vida, Comunicadora de todas las gracias, es de la misma naturaleza que la que nos une con Cristo. De la misma naturaleza y del mismo tipo no quiere decir, evidentemente, del mismo grado e intensidad, porque Cristo es causa incomparablemente más poderosa, y origen más eficaz de la gracia en nosotros.
Y por eso podemos poner en labios de Nuestra Señora la mayoría de las palabras de Cristo sobre este punto. Estas palabras hemos de escucharlas muy atentamente, y meditarlas con fervor.
«Así como Jesús vive por el Padre, así también yo vivo por Cristo, y vosotros por mí… Ojalá reconocierais hoy que yo estoy en Cristo, y vosotros en mí, y yo en vosotros… Vosotros no podéis llevar fruto si no permanecéis en mí, como yo misma estoy en Cristo, y Cristo en el Padre. Quien permanece en mí y yo en él, lleva fruto abundante. Así como yo vivo por Cristo, así yo os doy la vida y vosotros viviréis por mí… Que todos sean uno, como Tú, Jesús, en mí y yo en ellos».
Luego viene la gran exhortación que encierra todo lo que tenemos que decir sobre la unión de la Santísima Virgen con nosotros: «Permaneced en mí y yo en vosotros».
«Permaneced en mí por la gracia santificante, que es el lazo vivo que os une conmigo. Permaneced en mí por una caridad creciente, que es la fuerza y el poder misterioso que os lleva hacia mí, y a mí hacia vosotros. Permaneced en mí sometiéndoos cada vez más total y dócilmente a mi influencia de gracia. Permaneced en mí por medio de un pensamiento frecuente, un recuerdo constante, una mirada continua de alma puesta en mí».
De este modo nuestra vida será un anticipo delicioso de la dulcísima unión que en Dios saborearemos con Ella por toda la eternidad.
VIILa práctica
Hemos consagrado varios capítulos a exponer los fundamentos doctrinales de una vida de unión con la Santísima Virgen. Hemos visto que existe una verdadera presencia espiritual de Nuestra Señora junto a nosotros, y en cierto sentido en nosotros mismos, por el hecho de que, ante todo, Ella ve todo lo que es nuestro o está en nosotros, y luego porque Ella nos influencia incesantemente por la gracia, y por medio de esta influencia Ella «ase» realmente nuestra alma y establece un contacto verdadero y muy íntimo entre Ella y nosotros.
Quedamos muy alentados por las reacciones que, de modo general, nos llegaron de todas partes sobre estos artículos cuando fueron publicados en nuestra revista «Mediadora y Reina». Sin embargo, no nos extrañaríamos de que cierto número de nuestros lectores hayan encontrado áridas y complicadas estas explicaciones. Recuérdese que escribimos para lectores de un grado de cultura a menudo muy distinto tanto en el campo intelectual como en el espiritual. Para los sacerdotes, religiosos y nuestros lectores de cultura intelectual y sobrenatural más acabada, era de la mayor importancia que diésemos una explicación doctrinal aceptable de una práctica que, de otro modo, hubiese podido parecer extraña e incomprensible. Incluso para quienes no pudieron comprender a fondo esta exposición, pero se dieron la pena de seguirla, no les habrá sido del todo inútil. ¿Santo Tomás no dice acaso que un conocimiento de las cosas divinas, por muy imperfecto y elemental que sea, es más precioso que la ciencia profunda de las leyes y de los secretos de la naturaleza?
En todo caso recordemos lo que dejamos dicho: aquí no es necesario comprender para obrar. ¿Cuántas actitudes sobrenaturales de alma están fundadas en lo que siempre seguirá siendo para nosotros un misterio, por ejemplo la vida de unión con Dios que vive en nosotros por la gracia? Y no es necesario que quien mejor capte cómo se realiza la presencia mariana en nosotros, sea el que viva de ella más fiel y profundamente. ¡Las almas más simples pueden rivalizar aquí con los espíritus más perspicaces y… superarlos! ¡Ojalá rivalicemos entre nosotros, con buena voluntad, celo y perseverancia, en ver quién vivirá más fielmente la vida mariana de unión, a fin de experimentar sus «maravillosos efectos», efectos que se resumen en este, tan precioso: la vida de unión con Cristo y con Dios!
«
Debemos tratar de llevar una «vida» mariana y no contentarnos con una devoción mariana por sacudones y tirones, por ligereza y broma. Debemos tratar de vivir en unión con la Santísima Virgen como un hijo vive con su madre. Un buen hijo no se contenta con saludar o despedirse de su madre, y con un contacto indispensable, pasajero y rápido en el transcurso del día. Todo hijo bien nacido considera como su deber y también como su mayor gozo pasar su vida en presencia de su madre, compartir con ella sus alegrías y tristezas, y permanecer en contacto con ella sin cesar, tanto como se pueda.
Tampoco nosotros debemos contentarnos con algunas Avemarías por la mañana y por la noche, y con alguna invocación rápida y rara en nuestros momentos de dificultad, ni siquiera con la excelente y tan preciosa práctica del Rosario, porque no basta para establecer entre Ella y nosotros un contacto permanente. Deseamos y buscamos más y mejor.
Rica vida de gracia
Acordémonos ante todo de que María está junto a nosotros, en nosotros, por su gracia: por la gracia santificante que, como instrumento de Dios, Ella produce y mantiene en nosotros, y por las inspiraciones e influencias múltiples de la gracia actual.
Cuanto más rica y abundante sea la gracia santificante en nosotros, tanto más estrechos y fuertes serán los lazos que nos unan a Ella. Tenemos ahí un motivo, secundario a decir verdad, pero poderoso y precioso, para aumentar y enriquecer la vida divina en nosotros, especialmente por la recepción frecuente de los sacramentos y sobre todo de la sagrada Comunión, que trataremos de recibir muy a menudo, cada día si fuera posible.
Y como por la gracia actual, como decíamos hace un instante, la Santísima Virgen «ase» nuestra alma y se apodera de ella, por este motivo también demos gran importancia, concedamos plena atención y respondamos generosamente a estas influencias de la gracia, a fin de alentar a nuestra buena Madre a proseguir e intensificar su acción santificante en nosotros. Debemos entregarnos apacible y dócilmente a su influencia, no resistir a sus llamamientos, «dejarla obrar» en nosotros, como lo dice repetidas veces Montfort, y mantenernos entregados entre sus manos «como un instrumento en las manos de un buen operario, como un laúd en las manos de un buen tañedor».
«
Hemos visto que, si la presencia de la Santísima Virgen junto a nosotros y en nosotros es real y perfecta por su parte, porque Ella nos ve claramente y ejerce sobre nosotros una acción incesante, la unión por nuestra parte es deficiente e imperfecta, porque nosotros no la vemos, no la percibimos directamente, ni siquiera con el espíritu, y además no sólo nos es difícil, sino realmente imposible mirarla sin cesar, pensar en Ella ininterrumpidamente, y someternos a sus influencias siempre de manera actual. Por lo tanto, no podemos estarle unidos incesantemente de manera actual y expresa. Pero podemos llegar a una unión habitual, de modo que la dulce Virgen sea como la atmósfera en que vivimos, el aire que respiramos, incluso sin ser siempre plenamente conscientes de ello. Salta a la vista que, también en este campo, hay un número ilimitado de grados, que con la gracia de Dios podemos alcanzar y atravesar. Vamos a tratar de describir las fases principales de esta unión creciente.
Renunciar a sí mismo
La perfección cristiana tiene un doble aspecto. En sí misma es positiva, una realidad encantadora, pero supone necesariamente un trabajo correspondiente y progresivo de anonadamiento, de «mortificación»: es preciso renunciarse a sí mismo, para pertenecer a Jesús y seguirlo. La vida mariana, también bajo el aspecto específico de la unión, no es una excepción a esta ley. No hay que olvidarlo. Para vivir en un trato habitual con Nuestra Señora, es necesario olvidar y excluir hasta cierto punto a las creaturas.
Este olvido y exclusión no pueden practicarlo todos, evidentemente, del mismo modo y en la misma medida. Dichosos aquí quienes, por su vocación y por las circunstancias en que viven, como los religiosos y, hasta cierto punto, los sacerdotes, no tienen que ocuparse más que de las cosas divinas. Pero también los cristianos que viven en el mundo y apuntan a la unión con Dios y su santa Madre, pueden y deben practicar, en cierta medida, esta exclusión de todo lo que es obstáculo a esta unión. Sin duda, tienen sus ocupaciones, sus deberes de estado, deben ganarse la vida y cuidar sus negocios; tienen deberes que cumplir con su familia, y otras relaciones son a veces inevitables. Igualmente, cada cual tiene necesidad de vez en cuando de algún descanso, de alguna distracción. No sería factible, e incluso sería condenable en algunas ocasiones, querer abstenerse de ellas completamente.
Todo esto es cierto. Pero eso no impide que quienes apuntan a la unión divina y mariana deben prohibirse muchas cosas, crear alrededor suyo y sobre todo dentro suyo una atmósfera de silencio y de recogimiento, sin la que una «vida» de unión es inconcebible.
Hay que excluir una vida mundana y disipada. Hay que descartar toda diversión realmente «mundana», como también todos esos charloteos incesantes e inútiles, y esas pérdidas deplorables de tiempo. No se puede pasar horas seguidas soñando ante la radio, no se puede trabajar al son incesante de marchas o de música. La moda y el deporte han de tener un valor muy relativo en estas vidas que aspiran a subir más alto. La vana curiosidad, los ensueños, las preocupaciones inútiles, son otras tantas cosas que debe descartar quien desea entrar en la intimidad con Dios y con Nuestra Señora. Esta alma, sin ser asocial, misántropa, se asegurará cada día algunas horas de silencio y de soledad para ser más accesible a las cosas de lo alto.
Por medio de un cierto número de ejercicios de piedad, esta alma se irá estableciendo en una atmósfera de oración; incluso le facilitarán el contacto con Dios y con su divina Madre fuera del tiempo de estos ejercicios. Hay ejercicios de un programa tipo, recomendado a todas las personas que quieren subir más alto: la oración de la mañana y de la noche, la santa Misa y la sagrada Comunión, un poco de meditación y de lectura espiritual, la corona del Rosario o mejor el Rosario entero, y la visita al Santísimo Sacramento. Por supuesto que todos los cristianos fervorosos, incluso con la mejor de las voluntades, no podrán llegar siempre a tanto. Realice cada cual este programa o acérquese lo más que pueda, en cuanto se lo permitan las circunstancias.
Entonces se creará el clima necesario para alcanzar una vida espiritual más íntima, y también la vida de unión con la Santísima Virgen. Entonces se podrá ejercer de manera positiva e inmediata los actos que han de realizar en nosotros la vida de intimidad habitual con nuestra divina Madre.
Estos actos los detallaremos en lo que sigue.