lunes, 8 de septiembre de 2008

La Santísima Virgen nos influencia por la gracia



La Santísima Virgennos influencia por la gracia
En el capítulo precedente hemos visto que la Santísima Virgen, de manera espiritual, está junto a nosotros y en cierto sentido incluso en nosotros, porque Ella nos ve clara y continuamente en Dios, con todo lo que somos, todo lo que hacemos y sufrimos, tanto por dentro como por fuera. Y si elevamos entonces la mirada de nuestra alma hacia Ella, si pensamos en Ella, el círculo se cierra y podemos hablar de unión con Ella. Y si lo hacemos habitualmente, en cuanto lo permite nuestra condición actual sobre la tierra, podemos hablar de unión permanente y de vida incesante en su presencia.
Pero hay más y mejor. Existe otra causa más eficaz y profunda de contacto espiritual permanente entre la Santísima Virgen y nosotros: Ella está junto a nosotros, y en cierto sentido en nosotros, por la influencia incesante de gracia que, como instrumento consciente y consintiente de la Divinidad, y también de Cristo en cuanto hombre, Ella ejerce sobre nosotros .
Alguien puede ser causa de la gracia santificante o actual de dos maneras, siempre —claro está— en subordinación a Dios y a Cristo en cuanto hombre: moralmente, o de manera física e inmediata.
Ante todo, un ejemplo para ilustrar esta doble causalidad.
Una mamá da a su hijo de cinco o seis años, para ocuparlo, un lápiz y un pedazo de papel: «Vamos, hijo mío, escribe algunas cosas bonitas». La mamá, por sus palabras y por su aliento, no es la causa física de esta acción de escribir, pues no es ella la que escribe, no es ella la que realiza esta acción. Pero por una influencia moral convence a su hijo para que la realice. Ella es, pues, su causa moral.
Pero esta misma madre tiene otro crío de apenas tres o cuatro años, que también quiere escribir, aunque todavía no sabe sostener un lápiz o un bolígrafo. «Vamos, cariño, escribiremos los dos juntos». La mamá pone el lápiz entre las manitas de su pequeñín, pone esta mano dentro de la suya y la hace escribir con gran alegría de su tesoro. Esta vez la mamá no es sólo causa moral, sino también causa física de lo que se escribe: ella es la que escribe inmediata y realmente, aunque lo haga a través de la mano inexperta de su niño.
Otro ejemplo ahora en el plano sobrenatural. De viaje me encuentro con alguien. Charlamos. Mi interlocutor muestra rápidamente que no tiene la conciencia en paz. Se deja ganar por algunas palabras amables, y se decide a ordenar sus asuntos espirituales. A su llegada busca un sacerdote, que escucha su confesión y le da la absolución, y por lo tanto la gracia santificante. Yo he sido la causa remota y moral de la gracia santificante en esta alma por mis consejos y tal vez por mis oraciones; mientras que el sacerdote que la absolvió ha sido su causa eficiente, inmediata y física, puesto que ha dicho: «Yo te absuelvo de tus pecados»; cosa que, evidentemente, el sacerdote no puede hacer por sí mismo, sino sólo como instrumento vivo y ministro de Cristo.
Ahora bien, cuando llamamos a la Santísima Virgen Mediadora de todas las gracias, queremos decir con ello que, juntamente con Cristo y en subordinación a El, Ella mereció durante su vida todas las gracias, y ahora nos las destina y las obtiene para nosotros por una oración infaliblemente escuchada. Ella es, pues, de más de un modo, causa remota y moral de las gracias que Dios infunde en nuestra alma. Todo esto, sin embargo, no establece aún un contacto inmediato entre Ella y nosotros.
Pero, como hemos visto más arriba, podemos admitir, por sólidas razones, que cuando la Santísima Virgen nos ha destinado y obtenido la gracia, Dios también se sirve de Ella para aplicarnos esta gracia, o hablando más claramente, para producirla en nosotros. Y por eso Ella, por virtud de Dios y de Cristo, es la causa subordinada, pero real, inmediata, eficaz y productora, de toda gracia, santificante o actual, sacramental o extrasacramental, esto es, producida por medio de los sacramentos o sin ellos. Lo que el sacerdote hace para ciertas gracias, la Santísima Virgen lo hace para todas. Por el bautismo el sacerdote, como ministro de Dios, confiere la vida divina al niño. Por la absolución devuelve o aumenta la gracia santificante en su penitente. Nuestra Señora confiere y produce la gracia santificante y actual en todas partes donde Dios la concede. León XIII la llama «Dispensadora [con Cristo] en la comunicación de todas las gracias que se derivan del misterio de la Redención, de que Ella fue igualmente Cooperadora» . Y San Pío X la llama «Princeps largiendarum gratiarum ministra: la principal Administradora de la comunicación de las gracias» .
Así María influencia muy frecuentemente, podríamos decir casi sin cesar, nuestra alma por la comunicación de la gracia actual, que nos es concedida abundantemente.
Pero Ella ejerce realmente sin cesar su influencia sobre las almas establecidas en estado de gracia. Pues la gracia santificante no nos viene solamente de Ella en su primera producción, sino también en la continuación de su existencia en nuestra alma. La gracia santificante debe ser mantenida en nosotros; y eso lo hace, después de Dios, la santa Humanidad de Jesús. El nos lo enseña claramente cuando nos llama sarmientos de la viña, que no pueden vivir más que por la savia de la vid, que esta debe comunicarles incesantemente. Pero esta gracia santificante es conservada y mantenida también en nosotros, por debajo de Cristo, por María, Mediadora de toda gracia. Y así estamos sometidos sin cesar a la influencia y a la acción vivificadora de la santísima Madre de Dios.
«
Ahora bien, esta acción y esta influencia establecen y constituyen un verdadero contacto físico, aunque espiritual, con nuestra divina Madre. Si alguien pone su mano en la mía, sin que pueda verlo o escucharlo, diré: «¡Hay alguien aquí!…». Cuando la Santísima Virgen toca, mueve o trabaja mi alma de manera espiritual, digo: «María está junto a mí por su acción». Para cumplir en un lugar determinado una acción material cualquiera, ante todo debemos estar en dicho lugar. No puedo hacer un paseo por Nueva York, ni comprar allí un reloj, ni conducir un auto, porque no estoy allí. Al contrario, para los seres que pueden ejercer una influencia puramente espiritual, la acción misma que realizan, la influencia misma que ejercen sobre otro ser, hace que estén presentes allí donde se encuentra el objeto de su influencia, el término de su acción. Es el caso de los ángeles y bienaventurados en el cielo. Nuestro ángel de la guarda, por ejemplo, está presente donde estamos nosotros, tanto porque nos ve, como explicamos precedentemente, como porque obra sobre nosotros, lo cual constituye un toque, un contacto espiritual, como también hemos dicho.
Así es como se dice, y justamente, que Dios está en todas partes, no sólo directamente por su Esencia, sino también por su acción todopoderosa, por la que mantiene en la existencia todo lo que existe y realiza todo lo que se hace y todo lo que sucede en el mundo. Si Dios no estuviese en todas partes por su Ser, lo estaría por su Poder, por su acción universal y todopoderosa. Nuestra Señora, evidentemente, no está en todas partes por su acción. Pero Ella está dondequiera que haya almas en que Dios infunde o mantiene la gracia santificante, y dondequiera que Ella obre sobre estas mismas almas por las inspiraciones de la gracia.
De nuevo, es cierto, hemos de comprobar que, por desgracia, tampoco esta presencia es perfecta por nuestra parte, porque estamos todavía «in via», en camino hacia la plena Luz. No podemos ver directamente estas influencias de la gracia. No experimentamos la presencia de la gracia santificante en nosotros, ni su mantenimiento y aumento. No reconocemos tampoco directamente cuál es la causa de este mantenimiento y de estos progresos. Sin embargo, podemos tener una certeza moral de la existencia de la gracia santificante en nuestra alma, y sabemos por la fe que esta gracia es producida y mantenida en nosotros por Jesús y por su divina Madre.
¡Qué difícil es para nosotros, almas totalmente prisioneras en la carne, comprender cómo la Santísima Virgen, que está en el cielo, puede obrar sobre nosotros a tales distancias, y cómo puede ejercer su acción sobre millones de almas a la vez! La explicación teológica de esta verdad no es demasiado difícil, pero exigiría una exposición que aquí estaría fuera de lugar. Hagamos notar solamente que la Santísima Virgen no obra en este campo por medio de su poder o virtud propia, sino por lo que la teología llama «poder obediencial», es decir, por el poder ilimitado inherente a toda creatura, desde el momento en que es movida y accionada por la Omnipotencia de Dios. El puede servirse de la acción, incluso material, de cualquier creatura, para producir cualquier efecto, en cualquier lugar del universo. De este modo el poder de la creatura, a condición de que Dios quiera servirse de él, es realmente ilimitado, y la Santísima Virgen, por ejemplo, como consecuencia de la moción divina, puede obrar simultáneamente sobre centenares de millones de ángeles y de hombres.
Montfort pensaba en este tipo de presencia y en esta unión cuando escribía: «San Agustín, sobrepujándose a sí mismo y a todo lo que acabo de decir, dice que todos los predestinados, para ser conformes a la imagen del Hijo de Dios, están en este mundo escondidos en el seno de la Santísima Virgen, donde son guardados, alimentados, mantenidos y desarrollados por esta buena Madre…» . Se trata, evidentemente, de una metáfora, en el sentido de que Montfort no se refiere aquí del seno corporal de Nuestra Señora. Pero en todo caso quiere decir sin duda alguna que los predestinados están estrechamente vinculados y unidos a la Santísima Virgen, y que en esta unión son guardados, alimentados, mantenidos y desarrollados en la vida de la gracia, en la vida de Jesús, en la vida de Dios mismo.
En los capítulos siguientes trataremos de hacer comprender mejor estas cosas, y justificarlas aún más.
Mantengámonos fielmente entregados a la acción y a las influencias de gracia de Nuestra Señora, por más que no podamos percibir directamente esta acción beneficiosa. Y séanos un gran gozo saber que en la misma medida en que aumenta la gracia santificante, la vida divina en nosotros, se intensifica también esta dulce unión con Ella.